En busca del relato perdido.

English version: In search of the lost narrative

La narrativa como forma de conocimiento

La narrativa es una de las maneras principales que tenemos para interpretar el mundo que nos rodea. Según Jerome Bruner (1996, 2003) existen dos formas de funcionamiento cognitivo, la paradigmática y la narrativa. La forma paradigmática se basa en la argumentación lógico-científica, mientras que la narrativa se funda en la fuerza de los relatos.

De frente a cualquier evento, el Homo sapiens construye una narrativa para poder comprenderlo. La narrativa permite «poner orden» en el caos que le rodea, ver quiénes son los actores de la historia, evidenciar los programas de acción, etc. En definitiva, las construcciones narrativas nos tranquilizan porque reducen la incertidumbre y simplifican un entorno que es complejo por definición.

A grosso modo, los modelos paradigmático y narrativo de Bruner coinciden respectivamente con el Sistema 1 y el Sistema 2 identificados por Daniel Kahneman en su clásico Pensar rápido, pensar despacio. Según Kahneman, el Sistema 1 es rápido, intuitivo, automático, emocional y estereotipado; el Sistema 2 es lento, lógico, calculador y requiere esfuerzo. Para Kahneman

La mente -especialmente el Sistema 1- parece tener una aptitud especial para la construcción y la interpretación de historias sobre agentes que actúan y que tienen personalidad, hábitos y recursos.

Tal como se explica en Pensar rápido, pensar despacio a través de decenas de experimentos, hasta los matemáticos y estadísticos más rigurosos, en teoría los máximos exponentes del modo de funcionamiento del Sistema 2, suelen caer en las trampas que tiende el Sistema 1. Kahneman las denomina ilusiones cognitivas.

Llegado el caso, la narrativa puede ir más allá de la simplificación del entorno  y adentrarse en el futuro a partir de la construcción de hipótesis y el desarrollo de predicciones. Esta capacidad para crear ficciones (una hipótesis es una microficción) es una ventaja evolutiva respecto a cualquier otra especie. Un ejemplo: un antropoide con capacidad de imaginar escenarios futuros -«voy a reservar alimento y agua por si mañana hay sequía»- tenía una ventaja enorme respecto a cualquier otra especie que habitaba en la sabana africana hace tres millones de años. Estas microficciones pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Pero Kahneman vuelve otra vez a la carga: dentro de las ilusiones cognitivas se encuentra la llamada ilusión de validez, un tipo de sesgo donde el sujeto sobreestima su capacidad de interpretar y predecir acertadamente el resultado de un hecho futuro basándose en el análisis de un conjunto de datos. Este efecto persiste incluso cuando la persona «es consciente de la multiplicidad de factores que limitan la precisión de sus predicciones, es decir, cuando los datos y/o los métodos usados para juzgarlos conllevan predicciones fallidas con alta probabilidad» (Wikipedia).

Implosión narrativa

Podría decirse que el COVID-19 ha desencadenado una reacción en cadena narrativa. Si bien el Homo sapiens ya había afrontado otras pandemias, esta es la primera que se expandió por todos los continentes en un puñado de días gracias a la densa trama de medios de transporte hija de la globalización. En su post El derecho a narrar publicado hace una semana en este mismo blog, Julio Alonso repasaba los principales relatos construidos a partir del COVID-19: el relato del fin del capitalismo, el virus como genocidio de los sobrantes, el experimento creado en un laboratorio chino y enviado como regalo a Occidente, la venganza de Gaia contra la agresión permanente del Homo sapiens a los entornos naturales, etc. A estos discursos enunciados por intelectuales y científicos debemos sumar los petabytes de información que cotidianamente producen los grandes actores mediáticos,  a los cuales se agregan toneladas de microtextos que rebotan enloquecidos por las redes sociales.

Lo que emerge de las redes de comunicación (que no son solo las «redes sociales») es una imperiosa necesidad colectiva de poner en discurso lo que está pasando. En breve: los Homo sapiens del año 2020 están desesperados buscando un relato, una narrativa que les permita procesar un evento catastrófico a escala planetaria que solo tenía antecedentes en la memoria de la ciencia ficción apocalíptica.

Si la sociedad globalizada facilitó la transmisión del coronavirus, la sociedad mediatizada agilizó la producción y circulación discursiva. Ni un ordenador cuántico como el de la serie Devs sería suficiente para tener registro y procesar todo el contenido textual-narrativo que está generando el coronavirus, desde los mapas y gráficos curvilíneos hasta los memes, pasando por los discursos de científicos, líderes políticos, religiosos, periodistas, colegas, parientes y amigos. En este contexto,

parecería que cada sujeto o colectivo proyecta sobre la pandemia su visión del mundo y le hace decir lo que quiere: los anticapitalistas citan a Marx y sueñan con el fin de ese modo de producción, los ecologistas auguran el fin de un comportamiento abusivo del Homo sapiens con su entorno y, en cualquier momento nos tocarán el timbre los Hombres de Fe, con el folleto del «Apocalipsis” de San Juan en la mano, para avisarnos que the game is over. Y en medio de tanto palabrerío, no tardará en irrumpir un matemático con sus plantillas de Excel y simulaciones anunciando que, él sí, tiene la posta de lo que pasará (Era en abril…).

Según Eliseo Verón, la trama formada por los procesos de producción, circulación e interpretación discursiva asume la forma de una red. Si la «infinita red de la semiosis social», como la llamaba Verón, reenviaba a la imagen de una galaxia, en estos días estamos asistiendo a un colapso en la producción de sentido que nos recuerda la imagen de un agujero negro que deglute todo lo que se acerca.

Metáforas e inversiones discursivas

La desaforada producción narrativa que esta pandemia trae consigo no podía hacer a menos de explorar las diferentes metáforas que pueden servir para simplificar -recuerden la función de la narrativa: reducir el caos y la incertidumbre, domesticar la complejidad- lo que estamos viviendo. Transcribo a continuación un par de párrafos de mi artículo El virus y sus metáforas (sangre, sudor y máscaras) publicado en Perfil hace unos días:

En estos días se está dando en España un fenómeno interesante que podríamos denominar “inversión discursiva”. Me explico. Si las crisis económicas siempre se disfrazan de catástrofes naturales -¿cuántas veces hemos debido hacer frente a las “turbulencias” en los mercados o los “terremotos” financieros?-, en este caso una crisis natural se cuenta recurriendo a una metáfora muy humana: estamos librando una “guerra” contra el coronavirus.

La metáfora bélica permite identificar “amigos”, “aliados”, “enemigos” y “traidores”. Si estamos en estado de “guerra”, entonces se fijarán “estrategias” y toda la sociedad se “movilizará” contra el malvado coronavirus. Pero las metáforas no solo facilitan la descripción de un fenómeno: también pueden convertirse en una “guía para la acción futura”.

En el caso de España, la presencia de altos mandos militares en las conferencias de prensa del gobierno refuerza ese andamiaje retórico bélico, por no hablar de los discursos estilo Winston Churchill que Pedro Sánchez pronuncia cada sábado a la noche. Nadie lo duda: nos esperan días de “sangre, sudor y máscaras”.

Semiosis social

Cuando se producen crisis políticas o económicas, pueden darse diferentes situaciones a nivel discursivo. Veamos un par de ellas. Por un lado, los principales actores pueden permanecer en silencio y no dan a conocer su punto de vista sobre lo que está pasando. Algo por el estilo sucedió con el presidente argentino Fernando de la Rúa durante la crisis del 2001: el silencio presidencial generó un vacío comunicacional que, además de elevar la incertidumbre, motivó la aparición de infinidad de rumores (ver mi artículo El año que vivimos en peligro en revista Telos).

Ante el mutismo de los grandes actores, puede pasar que el resto de enunciadores comience a compartir mensajes, crece el pasapalabra y la red discursiva se llena de cuchicheos, patrañas, bulos, fake news y otras especies textuales . Podría decirse que, para funcionar bien, los sistemas políticos o económicos exigen una circulación discursiva regular, a mitad de camino entre el silencio de la primera situación y la descontrolada sobreinterpretación de la segunda.

La baja producción de sentido es tan mala como la excesiva.

Stop Making Sense

En estas semanas todos los filósofos, sociólogos, antropólogos, economistas, historiadores y comunicólogos nos hemos visto, de una manera o de otra, obligados a decir algo. Lo mismo sucede con los artistas. La aldea global está pidiendo a gritos relatos, historias que permitan comprender lo que está pasando. Y ahí comienzan los problemas. No entiendo a los colegas -hablo de conocidas voces de las ciencias sociales- que están haciendo precisas predicciones sobre cómo será la vida en el mundo d.C. (después del Coronavirus). Que si se acaba el capitalismo, que si se viene el nuevo Estado social, que George Orwell ya nos fichó para su próxima superproducción, que viviremos en armonía con pangolines y murciélagos… Chi più ne ha più ne metta.

Si los grandes magos del Big Data, destinados a predecir comportamientos futuros basándose en el new oil de los números, están dando bastonazos a ciegas porque no saben con precisión ni cuánta gente está contagiada ni cuántos murieron, ¿qué les queda a las ciencias sociales? Es probable que una buena parte de los relatos acumulados por las ciencias sociales desde su nacimiento no nos sirvan para comprender lo que está pasando, por no hablar de su nula capacidad predictiva. Como dije antes, en estos días cada uno proyecta sobre la pandemia su visión del mundo y le hace decir lo que quiere. Y a unos cuantos enunciadores, como al David Byrne de Stop Making Sense, el traje de visionario les queda demasiado grande. Ilusión de validez en estado puro, diría Kahneman.

Una de las cosas más razonables (y trágicas por su impotencia) que he leído durante el confinamiento son estas reflexiones de Mariana Enríquez, la escritora de relatos «de terror» (ay, malditas taxonomías de solapa!) publicadas en la revista de la UNAM:

Casi todo el tiempo no sé qué decir y constantemente me piden que diga algo. Una columna sobre cómo llevo el confinamiento. Una opinión sobre la naturaleza mutante del virus. ¿Me parecen bellas las ciudades vacías y recuperadas parcialmente por animales? Todo es contradictorio y angustiante. Un escritor, un artista, debe poder interpretar la realidad, o intentarlo al menos. Como persona que trabaja con el lenguaje debería colaborar en la discusión pública. Pensando, escribiendo, interpretando. Pero cada día que pasa, pensar en esta pandemia se convierte en una neblina pesada: no veo, estoy perdida, apenas alcanzo a distinguir mis manos si las extiendo.

¿Por qué tengo que ser intérprete de este momento? ¿Porque escribí algunos libros? Me rebelo ante esta demanda de productividad cuando sólo siento desconcierto. Poder, poder, poder, qué podemos hacer, qué podemos pensar. En una charla con una amiga le dije, sinceramente: “pienso corto”. Es verdad. No encuentro reflexiones.

Todas las preguntas me dejan muda. Todos los traumas, todos los miedos, no sé qué va a pasar con la humanidad, cómo pensar en “humanidad”, qué significa eso, por qué tenemos que pensar en la nueva normalidad si la pandemia recién empieza, al menos en la Argentina. Todas estas palabras que escucho, todo este ruido de opiniones y datos y metáforas y recomendaciones y vivos de IG y la continuidad de las actividades en formato virtual, toda esta intensidad, ¿no es acaso pánico puro? ¿Qué agujero se intenta tapar? ¿Qué fantasía de extinción? Pienso en insectos escapando de la mano que enarbola el veneno. Esa cucaracha que corre y corre y logra esconderse detrás del lavarropas.

Coda

Simplificar, reducir el caos, combatir la incertidumbre… Trato de poner orden en lo que acabo de escribir:

  • El Homo sapiens construye narrativas para darle sentido a la realidad y simplificar el caos que le rodea. Y también para visualizar escenarios futuros (hipótesis).
  • La narrativa como forma de pensamiento también puede ser víctima de las ilusiones cognitivas (ilusión de validez).
  • La crisis a escala global ha generado una explosión textual que, al mismo tiempo, provoca un colapso en la producción de sentido.
  • El Homo sapiens pide a gritos narrativas que le permitan procesar lo que está viviendo. Y metáforas que le ayuden a comprender qué está pasando y qué hacer.
  • Las ciencias sociales no son ajenas a esta demanda discursiva, pero me temo que la ilusión de validez domina gran parte de los enunciados que apuntan a describir la sociedad d.C.
  • Quedarse callado no es una alternativa -la sociedad espera nuestros discursos y escucha más que nunca a los enunciadores científicos-, lo cual implica una gran responsabilidad a la hora de opinar sobre lo que está sucediendo.

Si bien hoy la prioridad es detener los contagios, descomprimir los hospitales y planificar el desconfinamiento, entre todas las tareas pendientes deberíamos poner sobre la mesa la necesidad de descongestionar el espacio discursivo para: 1) volver a un régimen de producción de sentido menos frenético; y 2) doblegar la curva sobreinterpretativa que nos impide pensar con claridad.

Referencias

Si quieren leer algo más sobre estos temas, aquí va una lista de textos para entretenerse durante la cuarentena:

Boyd, B. (2009). On the Origin of Stories: Evolution, Cognition, and Fiction. Cambridge, MA.: Belknapp Press.

Bruner, J. (1996). Realidad mental y mundos posibles, Barcelona: Gedisa.

Bruner, J. (2003). La fábrica de las historias. Buenos Aires: FCE.

Eco, U.(2013). Interpretación y sobreinterpretación.  Madrid: Akal.

Kahneman, D. (2013). Pensar rápido, pensar despacio. Barcelona:  DeBolsillo.

Lakoff, G. y Johnson, M. (1980). Metaphors We Live By. Chicago: University of Chicago Press.

Verón, E. (1987). La semiosis social. Barcelona. Gedisa.

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7 Comments

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  1. Este artículo es increíble. Gracias Carlos!

  2. Saco en limpio que lo creó un pangolin chino en un laboratorio abandonado de la ex URSS

  3. No sé por qué no dedico más tiempo de mi vida a leerle, D. Carlos… Lo suyo es una luz prendida que uno se encuentra en un camino oscuro y que tiene la tentación de quedarse contemplando. Enhorabuena por sus textos.

  4. Excelente artículo, Carlos. Crystal clear.

  5. Interesantísimo posteo. Qué buen libro es Pensar rápido, pensar despacio. Sabés todo. Felicitaciones.

  6. Pamela Vestfrid abril 23, 2020 — 7:23 pm

    Hola, excelente artículo, disfruté casi todas sus partes, qué exceso de discursos vacios, coincido tal vez no haya mucho que decir

  7. Buen dia Carlos! Lei todo (con ganas) y podría aportar (con el permiso que me ofrece la apertura de esta caja de comentarios) que estamos siendo testigos del new florecimiento del hombre reptiliano, que, en pocas palabras, solo busca sobrevivir en un entorno que pareciera que solo le ofrece «vida o muerte.» (Sistema 1 o rápido – seria algo asi como arrancar el motor del auto y salir en primera a lo loco).
    Este sistema 1 o «sálvese quien pueda» es muy útil en muchas circunstancias , por ejemplo, si nos estan apretando el dedo contra una puerta, vamos a gritar como locos y quizás a insultar al humano que cometió el error de cerrar la puerta sin mirar. Esta situación a la lejanía (pensada posteriormente) hasta causaría gracia relatarlo (el sistema 2 o lento tuvo la gentileza de pacificar la fiera y de hasta reirse de ella).
    Resumen: veo muchos reptilianos con micrófono que quizás, poniendo un manto de piedad, solo buscan el camino para sobrevivir DC (DURANTE el Corona)

    🙂 saludos y tu nota Carlos, es para leer varias veces… mucho jugo para extraer. Gracias!!!
    Reyna Borzino

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