«El Eternauta» en Netflix: de la historieta a la narrativa transmedia.

En estos días se habló muchísimo en medios y redes sociales de la última propuesta de Netflix: la gran corporación del streaming llevará a la pantalla la obra maestra de H.G. Oesterheld y Francisco Solano López.  El anuncio estuvo a cargo de Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix, quien viajó especialmente a Buenos Aires. La serie estará disponible en todo el mundo, no solo en Argentina, entre “2021 y 2022”, y será una “versión contemporánea inspirada en la novela gráfica”.  Después de muchos intentos y conflictos, parece que esta vez el proyecto llegará a buen puerto y podremos a ver a Juan Salvo y otros sobrevivientes luchando contra los gurbos en las calles de Buenos Aires. 

En este post no hablaré de la trágica historia de H.G. Oesterheld (recomiendo el libro Los Oesterheld de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami) ni de las idas y venidas de su obra en Italia (ver mi artículo publicado en revista Fierro en julio de 1992: «Oesterheld, el escritor que desapareció dos veces«), sino que entraré en el mundo de El Eternauta desde las narrativas transmedia y el nuevo lugar que ocupa la historieta en la ecología mediática. La decisión de Netflix es ideal para explorar las tensiones y discursos que se producen, como diría Henry Jenkins, «where old and new media collide«.

El Eternauta, la nevada legal

El Eternauta pasó de ser un clásico de la historieta popular argentina a convertirse en objeto de investigaciones académicas, bandera política y pieza disputada en estudios de abogados y tribunales.  Como escribe Martín Fernández Cruz en La Nación,

Originalmente la dupla de historietistas eran los dueños del personaje, pero en los setentas, el guionista se encontraba en un momento muy delicado económicamente y por ese motivo saldó deudas vendiendo dibujos originales a una imprenta. Esa imprenta a su vez vendió dichas páginas a coleccionistas que en su mayoría se encontraban en Europa. Entre esos originales estaba casi todo El Eternauta. En ese momento aparece en escena un editor italiano que le propone a Oesterheld escribir una secuela junto a Solano López, a cambió de recuperar el material original. Una vez recobradas las páginas vendidas, el editor se la da a Alfredo Scutti, su socio en la Argentina. Con esos originales recuperados, se lanza por primera vez el compilado de El Eternauta.

Pero la historia no termina ahí. Scutti le compró a Elsa Oesterheld los derechos de todo lo que comprendía El Eternauta, desconociendo los derechos de Solano como coautor de la obra. Scutti publicó una y otra vez la historieta en Argentina en los años siguientes hasta que Solano López (que volvía de su exilio en España) decidió recuperar sus derechos.  Sigue  Fernández Cruz:

Para eso se pone en contacto con Martín y Fernando, los nietos de Osterheld, y así comienza una serie de juicios para recuperar la totalidad de los derechos. Según cuenta Andrés Accorsi, periodista especializado en historietas, Scutti «hizo mil desastres». «Él no permitió que en el evento Fantabaires se diera los premios Eternauta porque decía que la marca era de él, y que había que pagarle para usarla. Obviamente a medida que la popularidad de la historieta fue creciendo, se le fue yendo de las manos. Todo cobró una dimensión masiva, popular y hasta política que ya excedió por completo cualquier papel que Elsa hubiera firmado en los setenta. O sea que de a poco se fue aclarando todo», dijo.

La batalla por El Eternauta llegó hasta la Corte Suprema de Justicia, instancia en la que en agosto de 2018, los derechos sobre el personaje finalmente volvieron a manos de los hijos de Solano López (quien murió en 2011) y a los nietos de Oesterheld.

El terreno estaba ahora legalmente despejado para que se publicaran nuevas ediciones integrales de la obra y se abrieran las conversaciones con Netflix.  La dirección de la serie estará a cargo de Bruno Stagnaro, director de películas como Pizza, birra, faso y series como Okupas y Un gallo para Esculapio. En el proyecto también participará como consultor el cineasta Martín Oesterheld, nieto de HGO. 

Un mundo narrativo transmedia

Uno de los principios de las narrativas transmedia sostiene que «lo que el productor no sabe, no quiere o no puede hacer, lo harán los fans», y así pasó con El Eternauta. En el último medio siglo varios directores de cine infructuosamente intentaron llevar la obra de Oesterheld y Solano López a la gran pantalla, desde Adolfo Aristarain hasta Lucrecia Martel. Mientras, lo que la industria no podía, no quería o no sabía hacer, lo hicieron los fieles seguidores de este fascinante mundo narrativo. Los fans de El Eternauta han creado numerosos contenidos que expanden el relato original. Un botón de muestra: la historia publicada en Fin, Fan, Fun, un fanzine digital de cómics de ciencia ficción, aventuras y fantasía.

 

Entre las expansiones de El Eternauta debemos incluir una serie de producciones que, más que user-generated contents creados por fans, se ubican en una «zona gris» entre la industria cultural y las culturas colaborativas:

  • En los años noventa Gustavo Arias y Pacho Apóstolo realizaron una adaptación radiofónica de El Eternauta:

  • El músico Santiago Motorizado creó El Eternauta (también conocida como Juan), una canción para el disco Literatura Que Suena (2015) donde diversos músicos versionaron clásicos de la literatura argentina.

  • Fake-trailer producido por Nicolás Duce poniendo en juego una sofisticada tecnología digital:

  • «Huellas de una Invasión» es una exposición que recrea la historia de El Eternauta como si hubiera ocurrido de verdad (algo que también se hizo en el docudrama The War of the Worlds – The true story):

La exposición también incluye un vídeo «original» de la invasión:

Para tener un mapa completo del mundo narrativo de El Eternauta, les recomiendo que visiten el proyecto Continuum de Tomás Bergero, quien realizó una impresionante tesis de grado sobre este universo transmedia.

¿Novela gráfica o historieta?

Después de ser maltratada por los editores argentinos e italianos, finalmente aparecieron ediciones integrales de El Eternauta con los papeles legales en regla y de gran calidad gráfica. Por ejemplo, la edición 50º aniversario o la «remasterizada» (!) fueron publicadas en España por Norma y se consiguen en las grandes cadenas (FNAC, Casa del Libro), en las librerías de referencia (Laie, La Central) y, obviamente, en los negocios especializados en cómics (Norma). Esto ha llevado a que en algunos medios se haya definido a El Eternauta como una «novela gráfica». Me temo que han errado el tiro. Por más que estén circulando ediciones de lujo con tapa dura,  eso no basta para meter a El Eternauta en el saco de las graphic novels,  un formato que nació a finales de los setenta con Maus de Art Spiegelman y llegó a su momento de máximo reconocimiento en 1992 al recibir el Pulitzer. A partir de ahí, la novela gráfica se estabilizó como formato y fue ocupando un espacio cada vez mayor en las librerías y en nuestras estanterías.

¿Por qué sostengo que El Eternauta no es una novela gráfica? Vayamos por partes. Umberto Eco distinguía entre intentio auctoris (intención del autor), intentio operis (intención de la obra) e intentio lectoris (intención del lector). Respecto a la intentio auctoris,  podemos suponer que ni Oesterheld ni Solano López se proponían crear una obra artística para ser exhibida en un museo. Ambos se movían en el ámbito de la producción industrial de historietas, para ellos era un modo de ganarse la vida y, más allá de la indudable calidad narrativa y gráfica de su trabajo, no dejaban de ser un engranaje más de una compleja interfaz que incluía imprentas, distribuidores, kioscos y lectores. El Eternauta es un producto de la industria cultural, una industria que Oesterheld conocía tan bien que se animó a montar con su hermano Jorge su propia editorial en 1957 –Frontera- y crear revistas como Hora Cero, Frontera y Hora Cero Semanal. Fue ahí, en las páginas de Hora Cero Semanal, donde nació El Eternauta. En este contexto, resulta imposible que Oesterheld tuviera en mente crear un «cómic de autor» o una «novela gráfica» (algo que por entonces ni siquiera existía) .

Si analizamos El Eternauta desde la intentio operis, podemos decir que es un texto que construye un «lector modelo» no demasiado especializado: entre otras cosas, se le exige que conozca las convenciones del género y las condiciones de vida en una metrópolis de su tiempo. El Eternauta tiene un componente didáctico muy importante -encarnado por el científico Favalli- que educa al lector a medida que se organiza la resistencia a la invasión alienígena. Volviendo al lector modelo, para comprender El Eternauta ni siquiera es necesario conocer la ciudad de Buenos Aires (aunque el hecho de ubicar la historieta en la capital argentina habilita un juego interpretativo muy rico para los lectores locales). A diferencia de la gran mayoría de las novelas gráficas contemporáneas, que proponen mundos narrativos bastante complejos y donde la cooperación interpretativa del lector es muy grande, El Eternauta es una obra mucho más simple. Y eso es parte de su grandeza: interpela a un espectro de lectores muy extenso a través de una máquina textual que, una vez puesta en marcha, no se puede detener.

¿Y qué decir de la intentio lectoris? Durante varias décadas los lectores de El Eternauta se acercaron a la historieta para disfrutar de una buena historia de ciencia ficción. No había lecturas políticas en clave antiimperialista ni sesudas reflexiones sobre el «héroe colectivo». Pero en un momento algo hizo «clic» y comenzaron a desplegarse nuevas lecturas. Primer clic. La censura ejercida por revista Gente a la segunda versión dibujada por Alberto Breccia, mucho más política y con un desarrollo gráfico menos convencional, abrió una primera fisura en la interpretación de El Eternauta. Segundo clic. El artículo «El Eternauta no tiene quién le escriba» publicado por Juan Sasturain en el nº 17 de la revista Comunicación y Medios en julio de 1982 (posteriormente incluído en El domicilio de la aventura, Colihue, 1995). Podríamos decir que en este artículo se consolida una nueva interpretación de la obra de Oesterheld y Solano López, la lectura post-dictatorial donde El Eternauta aparece como una metáfora que anticipó el período más negro de la historia Argentina. El trágico final de H.G. Oesterheld y el ensañamiento de la dictadura con su familia hizo el resto: El Eternauta se convirtió en una historieta de culto, una lectura imprescindible y una referencia narrativa ineludible (no sólo en el campo de la ciencia ficción).

En breve, si hoy algunos consideran a El Eternauta una novela gráfica se debe a que: 1) Un proceso interpretativo ha reposicionado la obra dentro del canon historietístico; 2) Se ha publicado con tapa dura y en edición «remasterizada»; y 3) Se vende en un cierto circuito comercial junto a libros-objeto y obras «de diseño». Digamos que se trata de un efecto de sentido que se encuentra, como diría Eliseo Verón, «del lado del reconocimiento» y no del «lado de la producción». En este contexto, me parece forzada la inclusión de El Eternauta dentro de la (a menudo abusada) categoría de las graphic novels.

Este tipo de reposicionamientos no son tan extraños. Se me ocurre un ejemplo proveniente del mundo del cine y que también aborda la temática de la invasión alienígena: Invasion of the Body Snatchers de Don Siegel (1956). Estrenado justo un año antes del El Eternauta, este largometraje es hoy objeto de culto y ha sido presentado en numerosas exposiciones y retrospectivas. Entre otras cosas, es considerada una de las metáforas más elaboradas del miedo al «peligro comunista» en la posguerra, o sea el terror a una sociedad gris, homogeneizada y sin iniciativa individual que acechaba al «mundo libre». Pero se trata de lecturas a posteriori: Siegel también era un engranaje más de la industria de Hollywood, entre 1955-60 filmó diez largometrajes y, tal como dice la Wikipedia, «directed whatever material came his way, often transcending the limitations of budget and script to produce interesting and adept works«.  Nada más lejano del «cine de autor» o del arte de vanguardia.

El Eternauta tiene quien lo filme

Podríamos seguir hablando de El Eternauta por horas y horas. Lo importante es que, después de tantas batallas legales y conflictos de interés, la situación se desbloqueó y parece que algo interesante se perfila en el horizonte. La sensación que se percibe en las redes argentinas es ambivalente: por una parte, la interpretación de Evita por Madonna en la década del noventa dejó muchas cicatrices en el Río de la Plata. Algunos desconfían de Netflix, esa malvada plataforma capitalista que lucra con los datos de los usuarios y etc., etc. No sería para descartar que, tal como pasó con la ópera Evita, surjan en el futuro versiones «nacionales y populares» de la serie de Netflix. O quizá no sea necesario: la dirección de Bruno Stagnaro y la presencia de Martín Oesterheld en el equipo deberían garantizar la producción de una obra más cercana a la sensibilidad argentina.

Por mi parte, creo que el mejor homenaje que se puede hacer a los creadores de El Eternauta es recuperar la intentio de la obra original, sin pisar demasiado el acelerador de las interpretaciones políticas (mejor dejárselas a los espectadores) ni dejarse encandilar por los efectos digitales, incluso planteando la serie como una expansión más que una adaptación. Quizá la miniserie Watchmen de HBO indique un camino que valga la pena explorar.

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