Historietas para sobrevivientes (1999-2019).

20 años no es nada

Hace veinte años aparecía en Argentina mi libro Historietas para sobrevivientes (Colihue). Por entonces, la mayor parte de mis familiares, amigos y colegas me identificaba como «experto» en cómics y ciencia ficción más que en temas digitales. En Italia ya había publicado I nipoti dell’Eternauta (Los nietos del Eternauta, 1994) y en algunas revistas y diarios argentinos e italianos habían aparecido mis artículos sobre el mundo de las viñetas. Historietas para sobrevivientes fue una producción de largo aliento donde resumí mis lecturas y reflexiones sobre la gran revolución del cómic en la década de 1980. Si bien ahora todo el mundo conoce a Alan Moore, cualquier lector mínimamente interesado sabe de qué va The Killing Joke y convivimos con total normalidad con los manga, hace veinte años el panorama no estaba tan claro. En ese momento -estamos a finales de la década de los noventa- ya existían traducciones al castellano de clásicos como The Dark Knight Returns (Frank Miller, 1986) o Watchmen (Alan Moore – Dave Gibbons, 1986-87), pero se trataba por lo general de series de comic-books que solo había disfrutado un puñado de frikis.

Por el lado del manga (y del anime), en los años noventa todavía se seguía mirando de soslayo a estos dibujos orientales que sólo interesaban a los lectores adolescentes e infantiles. Eran sobre todo los artistas ya consolidados los que despotricaban contra la «invasión japonesa» con la misma furia que, años antes, habían levantado barricadas antiimperialistas contra el cómic superheroico. Mientras tanto… ¿Qué se sabía en Latinoamérica de las historietas de horror que vomitaban sangre en los kioscos italianos? ¿Y de los komics rusos que se dibujaban al calor de la Perestroika? Poco y nada. Historietas para sobrevivientes me permitió tejer una trama intertextual entre todas estas experiencias y, desde el insustituible mirador europeo, resignificar la producción argentina que se había hecho conocer en las páginas de la revista Fierro (1984-1992).

Sobrevivientes

Historietas para sobrevivientes se abre con un recuerdo a los caídos en combate:

Murieron los superhéroes y dos de los más grandes historietistas italianos –Andrea Pazienza y Stefano Tamburini– también se fueron. Infinidad de publicaciones tampoco sobrevivieron. Pasaron revistas que duraron apenas un par de números pero que todos quieren tener. Desapareció Héctor Germán Oesterheld y Alberto Breccia se perdió en silencio entre los grises de una página todavía húmeda. Pese a tanta muerte, o quizás por eso, los sobrevivientes insisten en la mala costumbre de escribir, dibujar o leer historietas.

La historia reparte sus mejores cartas a lo largo del tiempo. José Pablo Feinman alguna vez soñó con un alucinante contrapunto entre Domingo F. Sarmiento y Arturo Jauretche, una imposibilidad histórica que sólo puede verificarse en nuestra imaginación. Sin embargo, el juego no deja de ser una tentación … Del mismo modo la historieta reparte sus mejores viñetas a lo largo del tiempo y de la geografía. A la Argentina le tocó un ancho de espadas a finales de los años cincuenta: la imbatible pareja Oesterheld-Breccia no encontró rivales dignos de mención. Después de Mort Cinder más de un dibujante o guionista, no sólo argentino, habrá reflexionado seriamente sobre el oficio de hacer historietas. Desde nuestro país la posta pasó a Italia, donde un gordo que valía por dos -y que había cargado las pilas en una Buenos Aires nevada- realizó una transfusión estética fundamental para la historieta europea. Pocos años más tarde un grupo de artistas franceses -crecidos entre las barricadas de Mayo- se realimentó en ese imaginario para irrumpir con una propuesta que dejaría sentir su marca en todo el planeta.

En los años ochenta las obras que más contribuyeron a la renovación y expansión del lenguaje historietístico se repartieron en forma más pareja.

En Historietas para sobrevivientes me ocupé de mapear la producción de algunos países donde se dieron, a mi entender, los procesos más interesantes, donde se dibujaron y escribieron los cómics más sugerentes de los años ochenta. En ese mundo pre-World Wide Web los artistas afrontaron temáticas a veces en forma paralela y autónoma entre sí, sin saber bien lo que se estaba haciendo en la otra parte del mundo; en otros casos existió una clara vinculación entre las diferentes realidades, y los historietistas trabajaron mirando lo que hacían los demás. En el libro traté aislar esos links entre las diversas realidades productivas. Además de las obligadas visitas a la producción de Estados Unidos, el Reino Unido o Francia, incluí algunos capítulos más breves -me gustaba pensarlos como capítulos de “conexión” o “bisagra”- dedicados a la situación de los manga en Japón o de los komics en la ex-Unión Soviética. En breve, en Historietas para sobrevivientes me interesaba analizar el medium historietístico desde una perspectiva hipertextual, descubriendo las redes que se habían ido tejiendo y deshaciendo, reconstruyendo los links que unían a los autores con los personajes y a las revistas con sus lectores.

Índice

Repasar hoy la estructura del libro me transporta a inacabables horas de búsqueda, lectura y procesamiento de información que alimentaron cada una de sus páginas:

  • Introducción: Navegando cómics
  • Capítulo 1: Les Humanoides y la segunda Revolución Francesa
    • Entrevista: Francois Bourgeon
    • Entrevista: Francois Schuiten
  • Capítulo 2: La hora de los komics
  • Capítulo 3: El Grupo Valvoline y el nuovo fumetto italiano (I)
    • Entrevista: Daniele Luttazzi
    • Entrevista: Lorenzo Mattoti
  • Capítulo 4: Fantasma en la pagina: el imperio de los manga
  • Capítulo 5: Dios salve a la Dama de Hierro: el nuevo cómic británico
    • Entrevista: Grant Morrison
    • Entrevista: Pat Mills
  • Capítulo 6: El kiosquito del horror: el fumetto italiano en los 80 (II)
  • Capítulo 7: Tiempos (post) modernos: movida y tebeos en España
    • Entrevista: Max
    • Entrevista: Miguel Gallardo
  • Capítulo 8: Demoliendo héroes
    • Entrevista: Dave Gibbons
    • Entrevista: Howard Chaykin
  • Capítulo 9: Los hijos de Fierro
    • Entrevista: Alberto Breccia
    • Entrevista: Max Cachimba
    • Entrevista: Carlos Nine
  • Capítulo 10: Historietas para sobrevivientes
  • Apéndice: “Alack Sinner: Crisis y evolución de la serie negra” 
por Carlos Pérez Rasetti

Como se puede ver, casi todos los capítulos incluían entrevistas a los dibujantes y guionistas que marcaron la década de los ochenta. La gran mayoría de ellas fueron levantadas de revistas argentinas, italianas, españolas e inglesas; algunas cayeron en mis manos después de atravesar los entreverados meandros digitales de Internet. Este origen “diaspórico” hizo que el contenido de las entrevistas fuera desparejo: se afrontaban argumentos disímiles y en más de un caso debían ser leídas sin olvidar el momento en que fueron originalmente realizadas. Este último hecho me parece importante: en algunos casos se trataba de entrevistas «actuales» (o sea, realizadas en la segunda mitad de los noventa) en las que se rememoraban las vivencias de la década anterior; en otros, los diálogos habían sido registrados y publicados en los años ochenta. En este segundo caso, los dibujantes y guionistas describían lo que entonces sentían, hablaban de sus proyectos, obsesiones y concepciones estéticas.

¿Por qué elegí esos países? La elección de determinadas realidades -o la jerarquización de algunas obras y autores- no fue casual por dos motivos: por un lado, las historietas producidas en determinados países se posicionaron como puntos de referencia ineludibles a la hora de analizar la evolución del lenguaje de los cómics, las rupturas verificadas en sus ambientes productivos y la conformación de nuevos públicos. No se puede concebir la cultura de masas de finales del siglo XX o comienzos del XXI sin Akira, Watchmen o The Dark Knight. Por otro lado, no puedo negar que un cierto recorrido personal de lecturas y de desplazamientos geográficos influyó en la selección de los nudos temáticos. En 1990 dejé la Argentina y me fui a vivir a Italia, lo cual me permitió ampliar mi mirada sobre el mundo del cómic y tener acceso a materiales imposibles de conseguir en las librerías y kioscos rioplatenses.

Durante la producción del libro mantuve intercambios con decenas de colegas. Carlos Perez Rasetti no sólo fue un interlocutor privilegiado para las cuestiones historietísticas, sino que también se tomó el ingrato trabajo de limpiar el texto de extraños italianismos. La inclusión de su trabajo “Alack Sinner: Crisis y evolución de la serie negra”, que encuadraba la obra de José Muñoz y Carlos Sampayo en el contexto del género policial, me pareció la mejor manera de cerrar el libro: analizando a Alack Sinner, sin dudas un clásico de la historieta de los años ochenta.

Más allá de la enciclopedia

No me interesaba escribir el clásico libro-enciclopedia que se limita a citar infinidad de autores, personajes y revistas (aunque los cité). Tampoco me seducía la idea de descuartizar las historietas bajo el potente microscopio semiótico, por ejemplo como había hecho Daniele Barbieri en el magnífico Los lenguajes del cómic (Paidós, 1993). En Historietas para sobrevivientes me situé un poco más allá para reconstruir una especie de semiosis social de la historieta con mucho de economía política, analizando cómo se dieron los procesos de producción, circulación y consumo de viñetas en un momento histórico determinado -los años ochenta- caracterizado por la aceleración desenfrenada de los mestizajes culturales.

Siempre en el prólogo, expresaba mis dudas antes tal empresa:

Reconozco que en este contexto la división de la producción historietística en “países” o “décadas” se presenta inestable y cuanto menos arriesgada. ¿Cómo encuadrar la obra de los artistas ingleses transplantados en los Estados Unidos, que revolucionaron el universo superheroico trabajando para la Marvel y la DC Comics? ¿Dónde termina una década y comienza otra? Definir a un comic superheroico como de producción “norteamericana” o hablar de una historieta “de los ochenta” es un decir provisorio, un modo -siempre limitado- de encuadrar complejos fenómenos culturales. Si pensamos la producción social de bienes culturales como una red hipermedial de alcances globales, las fronteras espaciales y temporales tienden a disolverse. En este contexto, no puede sorprender que una de las obras más influyentes de la década pasada haya sido ambientada en New York, escrita en Barcelona y dibujada en Milán por dos argentinos exiliados.

El objetivo del libro era simplemente describir -deteniéndose en algún autor u obra en particular cuando fuera necesario- una zona que forma parte de un territorio cultural aún más grande y complejo, reivindicando en el mismo movimiento el placer de sentirse un navegante que surca estos mares de papel y tinta china.

El prólogo se cerraba con una reflexión en clave hermenéutica:

Otros lectores podrán proponer otras navegaciones, presentar otros mapas, describir otros recorridos. Contar, en definitiva, otras historietas.

Sobreviviendo

En los años sucesivos a Historietas para sobrevivientes me fui metiendo más y más en el mundo digital. Poco a poco mis lecturas de cómics se fueron reduciendo para dejar su tiempo a videojuegos, webs y productos interactivos. Si bien trato de leer cómics cada vez que puedo, mi dieta historietística se reduce a las graphic novels que me recomiendan mis amigos y colegas. Lo que más rescato de Historietas para sobrevivientes, además de los comentarios que he recibido de sus lectores a lo largo de los años, es el aporte en la construcción de un mapa de obras, autores y experiencias interpretativas y de un relato sobre el cómic de los años ochenta que, dos décadas más tarde, se ha convertido en su historia oficial.

En estos veinte años mucha agua ha corrido bajo los puentes: Watchmen, Akira o The Dark Knight son prestigiosas novelas gráficas que se venden en las grandes cadenas, nuevas generaciones han entrado a formar parte de su mundo narrativo y Hollywood en gran parte sobrevive gracias a la transmediatización de los conflictivos superhéroes recreados en la década de los ochenta. Sin embargo, volver a sumergirse en esos trabajos es un viaje altamente recomendable que permite apreciar cómo el lenguaje de las viñetas combatió el neoliberalismo de Margaret Thatcher mientras en el walkman sonaba The Clash, destiló la heroína que corría a litros por las venas de Europa, le dio sentido al exilio latinoamericano o somatizó el peligro de un nuevo ataque nuclear en Japón. En una época donde los videojuegos recién comenzaban a gatear (Pacman) y las series de televisión seguían ancladas en el pasado (Magnum) o enaltecían la posmodernidad (Miami Vice), sin dudas los artistas del cómic fueron los que mejor procesaron los temores de esa sociedad y encarnaron sus rebeldías.

Bonus track: entrevista a Alberto Breccia

«La imagen y la literatura de Borges no están antes, dentro o después de la historieta Perramus -escribió allá por 1985 Juan Sasturain en la revista Unidos-. Como el Espíritu -dicen- a María, como la luz a un cristal, Borges atraviesa Perramus y lo calienta, le da aliento, y lo revuelve, un ingrediente y un sabor a la vez, todo eso …». De la misma forma la obra de Alberto Breccia atraviesa de punta a punta el universo de la historieta de los últimos 50 años revolviéndola, llevándola a zonas impensadas, destruyendo limites, clasificaciones y géneros. Cuando la mercatilización de la historieta impone la repetición y la reducción de los espacios de ruptura, la producción de este uruguayo fue una válvula de escape, una constante invitación a la exploración de nuevos territorios.

Perramus, la historia de un hombre que busca su historia (la de todos) escrita por Juan Sasturain para el viejo maestro, es un relato que recrea el clima tormentoso de la dictadura, cuando la muerte -enfundada en uniforme verde oliva- festejaba por las calles su mundial de futbol. Ahora, Perramus, ha terminado.

Decidí cortarla porque se estaba cayendo mucho la calidad de la historia, y ademas después de un tiempo -llevaba casi 5 anos trabajando en ella- se comienza a trabajar con recetas, con formulas. Primero porque el guionista me conoce y ya me estaba haciendo la historieta casi medida. Y segundo porque después de 4 o 5 años, trabajando todos los días en un mismo tema, uno inconscientemente adquiere vicios, y eso conspira contra la calidad del producto. Así que decidí cortarla.

Editada en Italia, España y Francia, tres destinaciones tradicionales para el cómic argentino, Perramus también apareció en Dinamarca y llegará en los próximos meses a los Estados Unidos, Inglaterra y Brasil. Mientras una buena parte de los guionistas y dibujantes argentinos plantean sus obras a partir de la reproducción de temáticas y líneas estéticas predominantes en el escenario europeo, renegando en algunos casos de una estética propia o del relevamiento de temáticas locales, la particular obra de Alberto Breccia y Juan Sasturain encontró su propio espacio en esos mercados.

– No dibujo a medida. En Perramus siempre se echaron claves netamente argentinas y sudamericanas, y no se modificó nunca eso. A pesar de ese tipo de cosas tuvo gran éxito… si el producto es bueno, lo es en cualquier lado.

Una zona relativamente inexplorada en los estudios sobre la cultura de masas es la relación entre el guionista y el dibujante de historietas. En este sentido, la complementariedad alcanzada entre Breccia y Sasturain es moneda poco corriente en un tipo de relato caracterizado históricamente por la producción serial.

– Lo ideal es que guionista y dibujante se conozcan pero tengan independencia. Yo no me comprometo a atarme a un guion, yo debo tener la libertad para modificarlo si quiero modificarlo, y el guionista no debe estar a mi servicio, no tiene que ofrecerme un guión más allá de las dificultades que presente un guión excelente. No hay otra manera de trabajar, a mi criterio. Con Sasturain a veces los charlábamos, a veces no, me llegaba el guion y de acuerdo a mi manera de trabajar le modificaba bastantes cosas. Y luego él, una vez hecho el dibujo, reescribía el guión sobre los dibujos hechos, lo re-adaptaba a la versión gráfica.

En los últimos años se fue perfilando en la Argentina una nueva camada de dibujantes y guionistas, muy influenciados por el cine de los años ochenta y el cómic europeo, sobre todo de origen español. Muchos de estos jóvenes artistas provienen de las artes plásticas. Este acercamiento de los artistas plásticos a la historieta -en algunos cosas por razones comerciales o moda, en otros por puro deseo de experimentación- ha generado una serie de reacomodamientos al interior de la historieta de autor argentina que no solo evitaron su esclerosamiento, sino que abrieron nuevos caminos de crecimiento.

– Surgen siempre valores nuevos, la Argentina es un semillero de gente capaz, permanentemente surgen jóvenes con condiciones (después se malogran muchos, otros siguen) … Esto depende mucho de los vaivenes de nuestro mercado … El acercamiento de la gente proveniente de la plástica me parece positivo, son aportes nuevos, nuevas tendencias, con otras inquietudes, con otros conocimientos. Me parece bien. Sin embargo, la plástica se ha tocado ya en la historieta: no es que esta nueva camada aporte cosas que ya no se hayan hecho, lo que se aportan son inquietudes nuevas. Son generaciones nuevas, generaciones que traen otra visión del mundo, de las cosas, eso es lo que aportan. Un chico de 20 años no ve las cosas como las veía yo hace 50 años.

Respecto a la relación entre cine e historieta, el maestro Breccia es inflexible:

– No es que el cine haya marcado a la historieta: lo han copiado. Muchos no hacen mas que repetir lo que se hace en el cine, la historieta copia eso. En vez de aportar lo suyo, que no tienen necesariamente que ser esas maquinas gigantescas ni lo trajes inflados de los cosmonautas, y todas las formulas re-sabidas … la historieta podría aportar algo distinto. Simplemente se ha copiado por comodidad.

La conocida predilección de Alberto Breccia por la literatura («Yo no leo historietas, no es un género que me interese en demasía … Nunca me intereso la historieta, me interesa contar, por eso hago historietas..») lo ha llevado a realizar las que son, quizás, las mejores adaptaciones de la historia del cómic. Sus adaptaciones de obras como El corazón delator de E. A. Poe o La gallina degollada de H. Quiroga son consideradas clásicos del relato gráfico. En los últimos años, de manera paralela al trabajo en Perramus, Alberto Breccia ha realizado una serie de ilustraciones sobre El Nombre de la Rosa de Umberto Eco.

Fueron una serie de dibujos (no historieta), aproximadamente 100 entre ilustraciones, bocetos, etc. que seguramente aparecerán en una co-edición entre Alemania y España.

– ¿Qué esta dibujando actualmente?

– En este momento estoy terminando una historia corta, de 7 páginas, bastante experimental, con argumento mío. Es una historieta muy alocada, y podría ser lo que musicalmente se entiende por capricho. Tengo otros proyectos para el futuro: el Informe sobre ciegos de Ernesto Sábato y Crónica de una muerte anunciada de García Márquez. Esos son dos proyectos concretos, con la aprobación de los dos autores.

– ¿Quién realizara las adaptaciones?

– La idea es llevar las dos novelas a la historieta con adaptaciones mías.

– ¿Se siente más cómodo trabajando solo?

Mi ideal es trabajar solo cuando se tiene tiempo de hacerlo. Yo veo las cosas con un sentido gráfico que el adaptador no tiene

– ¿Con cuál guionista trabajó mejor?

– (Piensa) Oesterheld tenia gran capacidad de trabajo pero era muy informal. Wadel era muy formal, pero no tenia tanta capacidad de trabajo … Siempre se es rengo de una pierna .

Alberto Breccia nos aclara que hay textos más fáciles de ser traducidos al lenguaje gráfico: en esos casos la historieta viene sola. En otras ocasiones, conviene no meterse:

– Por ejemplo El Nombre de la Rosa: si le sacamos todos los elementos religiosos, las discusiones filosóficas, queda un policial, como la película. Y hacer un policial de Umberto Eco … para eso, Chandler!

Fuente: entrevista realizada en el Centro Cultural B. Rivadavia (Rosario), en el invierno de 1990. Publicada parcialmente en Señales (n. 1, Buenos Aires, 1990) y en Historietas para sobrevivientes (1999).

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