El 17 de octubre de 2018 el clima de Barcelona estaba templado tirando a cálido. Habíamos quedado en la sede de Gedisa, en la elegante avenida Tibidabo, a las 09.30. Roger Chartier y yo aparecimos con chaquetas azules. Él llevaba corbata roja y no se sacó la chaqueta en toda la mañana. La hipereficiente Caterina Da Lisca ofició de interfaz: explicó las reglas del juego, puso el grabador en ON y nos dejó a solas.
El diálogo se desarrolló en castellano, una lengua que Chartier domina a la perfección (les recuerdo que, además de historiador, Chartier es un experto en El Quijote y literatura española).
Cultura escrita y textos en red es un libro raro, no tiene mucho que ver con las aventuras textuales en las que me he visto involucrado en estos años. Una cosa es interactuar de par a par con otros autores o diseñadores gráficos durante un proceso de producción editorial, y otra muy diferente conversar con Roger Chartier, un autor que leo desde hace 30 años y es un referente mundial de la historia del libro y la lectura. Comenzamos el intercambio a partir de una pregunta (¿Qué es un libro?) y, si bien al principio arrancamos con sendos monólogos, después la cosa se puso interesante.
¿Cuál era el riesgo de este libro? Que Chartier quedara fijado en la posición bibliómana que ya ocupó Umberto Eco en sus últimas intervenciones («el libro impreso es un objeto perfecto», decía Eco) y yo como el «joven digital» encargado de defender la revolución de silicio. Los que siguen este blog o han leído mis libros saben que me enervan las críticas banales a las redes sociales y las nuevas plataformas (ver mi post El malestar en la cibercultura). Creo que es necesario desplegar un discurso crítico más afilado, que huya de los lugares comunes y sirva realmente para construir alternativas (ver la serie de entradas titulada La guerra de las plataformas en este blog). No podemos repetir los errores del pasado, cuando los media studies dedicaban páginas y millones de dólares para despotricar contra los malvados cómics o revelar los terribles efectos de la TV en los niños.
Tanto Chartier como yo tratamos de huir de esos lugares previstos de enunciación. Si bien tengo diferencias con los planteos de Roger Chartier, las cuales quedaron plasmadas en nuestra conversación, a lo largo de la charla también fueron aflorando puntos de convergencia. Claro, los momentos de divergencia son los más entretenidos ya que constituyen el condimento del libro.
No faltaron las estocadas verbales. Cuando Chartier critica la explotación laboral en Amazon (que es real y no podemos hacernos los tontos al respecto), yo le pregunto si en el mítico taller de Gutenberg, ese emprendedor que creo una start-up en el siglo XV, no había plusvalía o explotación; y cuando yo reivindico el Big Data aplicado a la lectura, Chartier me punzaba con la posibilidad de que el lector subrayara esa frase en su Kindle.
Cito, en estricto orden de aparición, los nombres que afloraron durante la charla: Huhtamo, Parikka, Kittler, Zielinski, Foucault, Innis, McLuhan, Postman, Logan, Levinson, Kant, Gutenberg, Berners-Lee, Eisenstein, Jobs, Sófocles, Platón, Cicerón, Bezzos, Carrión, Vidal-Naquet, Lévy, Shakespeare, de Certau, Eco, Carrière, Darnton, Nelson, Bush, de las Heras, Chiappe, Baricco, Moretti, Piglia, Borges, Monterosso, Berti, Gracián, La Bruyère, La Rochefoucauld, Goyet, Albarello, Plinio el viejo, Richardson, Rousseau, Goethe, Cervantes, Flaubert, Lugo Rodríguez, Jenkins, Prensky, Hoggart, Eco, Berlusconi, Benjamin, Welles, Turkle, Zuckerberg, Gates, Escher, Mandela, Camoux, Champeaux, Castiglione, Newton, Duby, Le Goff, Ariés, White, Almodóvar, García Márquez, Anderson, Galileo y Planck.
Si algo me sorprendió en Chartier fue su reivindicación de las discontinuidades de la historia. Si en varios de sus libros había apostado por las continuidades (tiene páginas brillantes sobre la producción de textos manuscritos bien entrada la Modernidad, muchos años después de Gutenberg), durante nuestra conversación los análisis de Chartier iban en la dirección contraria. En cierta manera esto lo acerca a McLuhan, quien solo veía rupturas y transformaciones radicales en la aparición de la imprenta. Obviamente, estas afinidades con el canadiense también le agregaron pimienta al debate.
Durante la conversación hubo momentos de convergencia y algunas reflexiones a dos voces que abren campos de investigación muy sugerentes. Por ejemplo cuando coincidimos en que, en este momento, se están dando de manera simultánea cambios en los soportes de escritura, interfaces y prácticas que ya se habían dado a lo largo de la historia pero de forma separada. Esta simultaneidad, sumada a la velocidad de esos cambios, genera una sensación de ansiedad y desconcierto que es la marca de nuestro tiempo.
Yo me la pasé genial. Espero que los lectores digan lo mismo al terminar la lectura.
A partir de aquí, los dos prólogos:
Prólogo de Roger Chartier
La técnica y los soportes electrónicos transforman profundamente todas las prácticas de los historiadores. Las operaciones de la investigación, en primer lugar, con la posibilidad de consultar y analizar tanto las colecciones impresas como los fondos de los archivos accesibles fuera de su lugar de conservación. Las modalidades de publicación, en segundo lugar, con la publicación de artículos en revistas digitales o de libros en una forma electrónica entendida sea como una otra modalidad de circulación de un libro impreso o bien como una alternativa a le edición tradicional. De ahí, una tercera transformación que se remite a la construcción y recepción de los discursos del saber. Con el texto electrónico, el historiador puede organizar sus demostraciones según una lógica que ya no es necesariamente lineal, sino que es abierta, estallada y relacional gracias a la multiplicación de los vínculos hipertextuales. Su lector puede comprobar la validez de su análisis consultando por sí mismo los textos (pero también las imágenes, móviles o no, las palabras grabadas o las composiciones musicales) que son el objeto del estudio si, por supuesto, están accesibles en una forma digitalizada. En este sentido, la revolución digital es para la historia como para las otras disciplinas del saber una verdadera mutación epistemológica.
Entonces, ningún historiador puede evitar una reflexión en cuanto a los efectos de la realidad digital sobre su propio trabajo. Semejante exigencia se encuentra aún más fuerte cuando el historiador es como yo un historiador del libro, de la lectura y de la cultura escrita. ¿Ayuda a descifrar las novedades del tiempo presente el conocimiento de las mutaciones previas: la invención de la imprenta, la aparición del códice, las revoluciones de la lectura? Como sabemos, el recurso a las comparaciones entre el presente y el pasado es a menudo una manera de apaciguar los miedos creados por las realidades nuevas que desorientan o asustan. Al revés, ¿permite la aguda observación de nuestro mundo digital una mejor comprensión de las características propias las culturas escritas del pasado? Por la primera vez en la historia de la humanidad, la técnica digital no liga más el soporte de la comunicación con un contenido particular. Así, obliga a pensar las modalidades sucesivas de la relación que existía entre libro y texto, objetos escritos y discursos, materialidad y lectura.
Estas preguntas acompañaron mi trabajo de historiador de la primera edad moderna, entre los siglos XV y XVIII, desde el fin de los años noventa del siglo pasado. Adquirieron una urgencia mayor en los últimos años, cuando mis preocupaciones como ciudadano se vincularon estrechamente con mis prácticas como historiador. Hoy en día las maravillosas promesas del mundo digital, tanto para la educación como para el debate cívico, no pueden ocultar la ansiedad frente a los espantosos usos de una forma de comunicación que disemina ampliamente falsificaciones, odio y manipulaciones. ¿Cómo resistir a estos peligros que amenaza tanto la difusión del conocimiento como la vida democrática? Y, más generalmente ¿debemos considerar que las nuevas formas digitales de las bibliotecas, de los periódicos o de las relaciones entre los seres humanos se substituyen sin perdida a las antiguas? ¿O bien debemos rechazar esta percepción inmediata, pero engañosa, de la equivalencia y afirmar la necesidad de asociar las tres culturas de lo escrito que todavía tenemos hoy en día: la escritura a mano, la publicación impresa y la escritura digital?
Son estos interrogante en cuanto a la ecología de los medios y sus efectos intelectuales y políticos que constituyen el hilo conductor del diálogo que entablé en este libro con Carlos A. Scolari.
Prólogo de Carlos A. Scolari
¿Cómo interpretar los cambios que está atravesando la mediasfera? Las ciencias sociales han estudiado las transformaciones de los sistemas humanos de comunicación a partir de diferentes perspectivas, desde la historia, una disciplina consolidada y que ha generado infinidad de obras de referencia, hasta nuevos enfoques todavía in progress como la arqueología de los medios o los estudios del cambio mediático en clave evolutiva.
La arqueología de los medios, gracias a los trabajos de autores como Erkki Huhtamo, Jussi Parikka, Friedrich A. Kittler o Siegfried Zielinski, se propone analizar los viejos dispositivos de comunicación desde una mirada que le debe mucho al Foucault de Las palabras y las cosas y La arqueología del saber. Los arqueólogos de los medios se han mostrado muy interesados en los llamados “medios muertos” (dead media) y en la materialidad de los viejos artefactos de comunicación.
Inspirados en los trabajos de Harold Innis, Marshall McLuhan o Neil Postman, los padres fundadores de la media ecology, numerosos investigadores han abordado el análisis del cambio mediático desde una perspectiva evolutiva. Entre ellos, podemos mencionar a Robert K. Logan, quien no solo ha estudiado junto a McLuhan la aparición del alfabeto sino que también ha propuesto enlaces muy sugerentes entre los fundamentos del cambio biológico y el tecnológico, o a Paul Levinson, el autor de la primera tesis doctoral sobre la evolución mediática en 1979 dirigida porPostman. Estas dos miradas teóricas, una mucho más “micro” (la media archaeology) y otra más “macro” (la media ecology), han inspirado mis propias investigaciones sobre la evolución de los medios (media evolution).
Allá por el año 2005, después de indagar sobre los nuevos medios digitales interactivos durante toda la década anterior, comprobé que los investigadores de los new media estábamos tan centrados en ellos que no percibíamos los cambios en los old media; los investigadores de los viejos medios, por su parte, relevaban cambios en la prensa o la televisión pero no los vinculaban con la irrupción de la web o los videojuegos. Solo una mirada ecoevolutiva nos permite tener una visión sistémica, holística, de todos estos cambios.
Respecto a la historia, no tengo mucho para decir: Roger Chartier, mi interlocutor en esta conversación, es uno de los máximos historiadores del libro y la lectura, motivo suficiente para invitarlos a leer con mucha atención las páginas que siguen. Como explica Chartier en su prólogo, la historia se mueve en doble sentido. Por un lado, los cambios del pasado nos pueden ayudar a comprender las transformaciones del presente. Y viceversa, la digitalización que caracteriza a nuestro tiempo nos permite ver de otra manera otras transformaciones de la esfera mediática como la emergencia de la imprenta o la difusión del telégrafo. Comparto en pleno esa doble lógica: más que ver el pasado como un relato congelado, las actuales mutaciones nos permiten revisitarlo con otras miradas; de la misma manera, en vez de perder el tiempo haciendo predicciones sobre el futuro que nunca se cumplirán, nos conviene indagar sobre los cambios del pasado para comprender mejor las presentes transformaciones de la mediasfera.
NOTA: el libro ya está disponible en las librerías españolas y se distribuirá en América Latina en el segundo semestre del 2019. Se puede comprar en línea, tanto en versión digital como papel (Amazon.es / Google Play). También se puede hojear en Google Books.
Bonus tracks
- Artículo en El País con un extracto de la conversación.
- Breve reseña en Revista Leer.
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