Según su página web personal Jordi Carrión nació en Tarragona en 1976 pero vivió la mayor parte de su vida entre Mataró y Barcelona. Aunque en esa web aparece como Jorge Carrión, yo lo llamo Jordi, tal como se hace llamar en Facebook –Jordi Carrión– aunque en Twitter es @jorgecarrion21. Si damos una ojeada a la lista de publicaciones de Jorge/Jordi Carrión, es probable que detrás de esos nombres se escondan al menos tres o cuatro autores… O sea: además de gran agitador cultural Carrión J. es un escritor prolífico. Ha publicado una serie interminable de artículos, crónicas y libros, desde ensayos como el fundamental Teleshakespeare (2011) hasta inquietantes novelas como Los Muertos (2010). Su página web también dice que vivió en Buenos Aires (!) y Rosario (?!). Acaba de publicar Librerías.Carlos A. Scolari: Jason Mittell es un reconocido investigador de la comunicación que se vio TODAS las series y juega a TODOS los videojuegos. Es un placer charlar con él porque es una enciclopedia ambulante de esos dos ámbitos de la creación mediática. Contigo pasa lo mismo: te has leído TODOS los libros y has visto TODAS la series… El concepto de Teleshakespeare -título de tu libro del 2011- resume muy bien este link entre los dos mundos. ¿Cómo llevas esta doble vida de consumidor mediático? Viniendo de las humanidades y la creación literaria… ¿Tuviste que superar algún prejuicio antes de ponerte a analizar las nuevas series de televisión?
Jordi Carrión: Sí. Me ayudó la lectura de Afterpop, de mi amigo y colega Eloy Fernández Porta. Gracias a ella me di cuenta de que poseía un gran capital, el de todos los cómics que leí en la adolescencia, un capital que tenía que reactualizar (de modo que volví a leer cómics, por eso el capítulo de Teleshakespeare sobre Héroes es un largo ensayo acerca de los superhéroes en el siglo XXI) y que podía ampliar con mi nueva pasión, las series. Mi auténtica especialidad es la literatura, la literatura comparada, de hecho, y ese campo me dio las herramientas que yo necesitaba para analizar las teleseries y su mundo desde perspectivas interesantes. Como el transmedia no me convencía para hablar de creaciones artísticas, empecé a darle vueltas a la ficción cuántica, el otro concepto fuerte (aunque polisémico y queridamente ambiguo) del libro.
C.A.S.: Se habla mucho de las nuevas series y de fenómenos colaterales como la migración de guionistas de cine a la televisión. Otros dicen que «la mejor narrativa hoy se expresa en la televisión». ¿Qué opinas de esta caracterización del fenómeno? ¿Te parece bien hablar de la «Tercera Edad de Oro de la Televisión», o es un concepto demasiado lineal y/o marquetinero? Después de todo se siguen produciendo decenas de series con un formato bastante tradicional…
J.C.: Hace unos años era más tajante con mis opiniones sobre etiquetas, nombres, definiciones. Ahora me he relajado, porque la verdad es que es imposible -por fortuna- controlar el éxito, el fracaso, la difusión de los conceptos. Lo importante es reconocer que nunca habían coexistido tantas ficciones televisivas de alta calidad ni tanta pluralidad: en efecto, también hay mucho culebrón (o series entre varias aguas, porque nadie cree ya en los géneros como corsé, pienso por ejemplo en Scandal o en Orange is the New Black). Y que por primera vez quien sanciona, organiza, canoniza un lenguaje artístico (en este caso: las series, el transmedia y los videojuegos) no es la Academia o la Crítica, sino la masa crítica, amorfa, global. Nosotros (no los cuatro académicos, los millones de televidentes) hemos decidido que Breaking Bad es una obra maestra, y lo hemos hecho en tiempo presente.
C.A.S.: Te comento una breve anécdota personal: en los años 1990 fui un gran fan de X-Files. Como dicen los anglosajones, vivía la narrativa con un gran «engagement«. Hace un par de años se me ocurrió ver un episodio y no podía parar de reirme… Y aquí surge la pregunta: ¿Existen series destinadas a perdurar, o sea, a envejecer sin perder su capacidad de atrapar al espectador, y otras que sólo son capaces de hacerlo en un contexto determinado? Series como The Sopranos o The Wire entrarían en la primera categoría (aguantan bien el paso del tiempo) mientras que otras como X-Files o Lost pertenecerían a la segunda… ¿Qué opinas al respecto? ¿Son las series como los vinos: algunas están destinadas al añejamiento y otras se disfrutan frescas?
J.C.: Estoy de acuerdo. Pero no sólo se trata de la calidad, sino también de la estética. El kitsch de The Sopranos, esos chándales de colores, ese cutrerío mafioso, será una de las claves para que la serie perdure, porque ya era anacrónico en su momento de producción. En cambio los peinados de Miami Vice estaban de moda en el momento en que veíamos la serie… Ese problema estético, vinculado con los efectos especiales, hace que muchas obras de ciencia-ficción y fantasía caduquen antes que las realistas. Es injusto, pero cierto. Pocos autores, como Kubrick, idearon formas futuras que todavía nos parecen verosímiles, instalados ya en ese futuro. Pero hay un tema más interesante, más profundo, digamos, que es el de la obra abierta, en conversación, en intercambio recíproco con sus lectores. La obra como experiencia abierta, viva, y no como producto acabado. Eso era Lost. Y me temo que sólo tenía sentido como experiencia contemporánea.
C.A.S.: El nuevo cine de los 1990 marcó a los escritores. Por ejemplo en Italia surgió por entonces una camada de jóvenes escritores tarantinianos… ¿Hasta dónde esta nueva narrativa televisiva no marcará a la nueva generación de escritores? ¿Aparecerán novelas inspiradas en Breaking Bad o cuentos sobre asesinos seriales de frontera?
J.C.: Ese tipo de «influencia» directa, que seguro que se está dando, me interesa menos que la oblicua. Quien mejor fue viendo esa cuestión, durante décadas, fue David Foster Wallace, que pensó en serio la narrativa de la imagen: todos los autores americanos de la segunda mitad del siglo XX habían vivido siempre acompañados de la televisión. Pues bien, en nuestra época, las pantallas son múltiples, mucho más íntimas y cotidianas, de modo que la percepción de lo real ha tenido que mutar por fuerza. De modo que las series, con sus flash-forwards y sus contrapuntos y sus acelerones y sus páginas webs y sus wikis están cambiando no sólo la literatura, sino nuestros cerebros. Y por tanto nuestras formas de lectura. El reto de la escritura es ese, mayor: cómo adaptarse, sin ceder, a ese nuevo panorama.
C.A.S.: Hace poco Seth Godin escribió: «La librería tal y como la conocemos está condenada porque muchos de estos establecimientos pasaron de ganar un poco de dinero cada día a perderlo (…) Si la función de una librería es guardar cada libro y venderlo rápido y barato, las tiendas han fallado». Tu último libro -finalista del Premio Anagrama de Ensayo- se llama precisamente Librerías. ¿Cómo han evolucionado estos espacios? ¿Qué funciones culturales han desempeñado a lo largo de los últimos siglos?
J.C.: Durante la modernidad han sido siempre espacios decisivos: el aquelarre, el lugar ritual donde se encuentran el escritor, el editor, el distribuidor, el librero y el lector, un espacio de alquimia, de transformación y de intercambio económico. Si lees las memorias de Monnier, de Beach o de Steloff te das cuenta de que en sus míticas librerías fluía la magia, además del papel y el dinero. Yo creo que Godin apunta hacia un aspecto que ha cambiado o debería cambiar: aunque la librería se deba a la novedad editorial, tiene y tendrá sentido sólo si sabe también relacionarla con el fondo, con los libros anteriores de ese autor, con los libros que apuntalan y dan sentido a la novedad. Con las múltiples tradiciones.
C.A.S.: El librero tendría que convertirse en un super-prescriptor…
J.C.: En efecto, siempre lo ha sido, pero ahora tiene que serlo todavía más. Los libros se vendían solos, ahora hay que investirlos de un aura y crear a su alrededor una telaraña de relaciones con otros libros, para que el lector entienda que el librero es necesario. Amazon no es capaz de vincular un libro con otros diez, de un modo articulado, mediante una argumentación o un discurso convincente. El librero sí. Te recomiendo, si no la has leído, la novela de no ficción, o la colección de cartas, 84 Charing Cross Road. Ese es el tipo de relación que debe establecerse entre un librero y un lector.
C.A.S.: El intercambio epistolar de 84 Charing Cross Road es fascinante (yo también lo recomiendo a los lectores de Digitalismo!). Después de hablar del pasado de las librerías es casi obligatorio hablar de lo que vendrá… ¿Cómo ves el futuro de estos espacios? ¿Alcanzarán a adaptarse a la nueva ecología mediática? ¿Hay experiencias o modelos interesantes a tener en cuenta?
J.C.: Yo creo que tienen que acentuar su dimensión física, corporal, emocional. Ser espacios terapéuticos, donde la gente se sienta bien, comprendida, pero también interpelada. Una librería debe acogerte, en un principio, pero después, cuando ya llevas un rato curioseando, debe sorprenderte y, en cierto punto, plantearte retos. Despertar tus neuronas. Agitarlas. Ponerte en ebullición intelectual.
C.A.S.: Dejemos los libros y las pantallas. Hablemos de las humanidades en el ámbito universitario Algunos hablan de su posible desaparición, otros apuestan sus fichas al Big Data y las Digital Humanities. Mientras, una buena parte de los investigadores sigue haciendo lo mismo de siempre, como si no hubiera sonado la alarma antiincendios… ¿Cómo ves a estas disciplinas académicas?
J.C.: Pues sí: los cambios son radicales, pero el ministerio sigue concediendo becas a proyectos de filología clásica que se transformarán en artículos aburridos que leerán cuatro gatos. La crítica literaria ha cambiado brutalmente, autores como Franco Moretti han introducido la estadística o la cartografía a los estudios literarios, pero las reseñas siguen siendo escritas como hace cien años. Hay un gran desfase entre el avance y los cambios y la adaptación en el ámbito académico, sobre todo el español (tal vez también el europeo). Tiene que ver con la mentalidad funcionarial: conseguiste una plaza porque eres experto en Galdós, tienes el sueldo asegurado, ¿por qué vas a formarte en Big Data? Así vamos excavando nuestro propio cementerio.
C.A.S.: Hablamos de crisis de las librerías, crisis de las humanidades… un sólido ecosistema comercial, académico, social y cultural que se desvanece en el aire (o como lágrimas en la lluvia). Un momento interesante el que nos toca vivir… ¿Qué formas crees que está adoptando o puede llegar a adoptar el nuevo ecosistema textual que está naciendo?
J.C.: Está claro que es policéntrico. El humanista de hoy tiene que ser consciente de que la literatura no es central, que la filosofía no es central, que nada lo es. El humanista debe caracterizarse con la curiosidad. Por la lectura. Y leer hoy en día significa leer ensayo sociológico y científico, observar la publicidad y el marketing, entender las redes sociales, leer cine, series, cómic… Yo no juego a videojuegos, pero sí que veo videos en Youtube para entender, aunque sea mínimanente, su importancia, sus innovaciones, su canon. La cultura es más rica y diversa que nunca. Para ser culto tienes que cultivarte. En papel y en pantallas.
Nota: Con Jordi coordinaremos el MOOC «La 3a Edad de Oro de la Televisión«. El curso comenzará en mayo 2014 y tendrá una duración de 8 semanas. A partir del 12 de febrero comenzaremos la difusión de este curso abierto, gratuito y colaborativo. Este MOOC está organizado por la UPF y fue seleccionado en una convocatoria de ayudas para innovación docente de AGAUR (Generalitat de Catalunya).
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