La evolución es una red (II).

Viene de la primera parte

A la hora de contar las transformaciones de la vida cultural del Homo sapiens a lo largo del tiempo -uso la palabra «cultural» en el sentido más amplio posible, incluyendo los procesos políticos, económicos y artísticos- las secuencias lineales han sido el modelo preferido de los historiadores. Desde que pisamos la escuela hasta que salimos de la universidad nos persiguen con listas de reyes y presidentes, series de tecnologías o secuencias de modos de producción. Todos, en mayor o menor medida, hemos sido víctimas de estas enumeraciones. SomosHomo fabulators y no podemos hacer a menos de la narrativa, la cual se expresa en relatos lineales fácilmente recordables y transmisibles de generación en generación.

Yo mismo he explicado muchas veces en mis clases la secuencia clásica de la Media Ecology, una serie de fases teorizada por investigadores como Harold Innis, Marshall McLuhan, Walter Ong o Joshua Meyrowitz:

cultura oral > cultura escrita > cultura impresa > cultura electrónica

También en los relatos sobre la evolución de los soportes de la escritura suelen dominar las series lineales:

tablilla > papiro > pergamino > papel > digital

La utilidad de esas series está fuera de discusión: sirven para darle un sentido a los grandes cambios en la vida de nuestra especie y reconstruir, al menos con grandes pinceladas, el gran cuadro de la evolución cultural del Homo sapiens. Sin embargo, en la última década han comenzado a tomar forma otras visiones del pasado que, en vez de seguir un modelo lineal (o incluso ramificado) de la evolución cultural, apuntan en otra dirección. La historia del Homo sapiens, como la historia de la escritura, no es como nos la han contado.

La long history del Homo sapiens

Si Thinking, Fast and Slow (Pensar rápido, pensar despacio) (2011) de Daniel Kahneman fue el gran ensayo de la década pasada, es muy probable que The Dawn of Everything (El amanecer de todo) (2021) de David Graeber y David Wengrows sea el gran libro de los años 2020. No resulta fácil sintetizar las 692 páginas de la edición en inglés. Como escribe Julieta Gaztañaga, tenemos entre manos un libro que

nos lleva a sacudirnos de los sueños (románticos, conservadores, exotistas) sobre la humanidad imaginaria y la nostalgia evolucionista de supuesto sentido común que vienen marcando trágicamente nuestro rumbo. Despabilarnos sobre las preguntas que construyen versiones del pasado es una manera de empezar a imaginar conscientemente las respuestas a un futuro donde podamos darnos arreglos sociales contundentes contra la desigualdad y formas de libertad reales. Formular otras preguntas es demostrar cabalmente que la imaginación define nuestro sentido de posibilidad política.

The Dawn of Everything es un martillazo a los modelos lineales y simplistas de la evolución humana. Si bien los autores ponen como pretexto la necesidad de explicar la desigualdad humana, lo que en realidad generan es un terremoto en las estanterías de las ciencias sociales. Ninguna disciplina se salva de este rediseño de la evolución cultural del Homo sapiens. Al principio del libro Graeber y Wengrows nos resumen la historia oficial:

Hace mucho tiempo, dice la historia, éramos cazadores-recolectores y vivíamos en un estado de prolongada inocencia en pequeños grupos. Estos grupos eran igualitarios; podían serlo, justamente, debido a su pequeño tamaño. Fue tan solo tras la Revolución Agrícola y, más aún, tras el surgimiento de las ciudades, que esta feliz existencia llegó a su fin y aparecieron la civilización y el Estado, que también propiciaron la aparición de la literatura escrita, la ciencia y la filosofía, pero, al mismo tiempo, la de casi todas las cosas malas de la vida humana: el patriarcado, los ejércitos, las ejecuciones en masa y los molestos burócratas que nos exigen que pasemos la vida rellenando formularios

Las investigaciones arqueológicas de las últimas décadas desmienten ese relato lineal, progresivo, determinista y teleológico que encontró en autores como Jared Diamond, Yuval Noah Harari y Steven Pinker a sus máximos exponentes. Según Graeber y Wengrows la evolución del Homo sapiens fue un caos donde diferentes formas de organización y producción convivieron, en una permanente tensión, a lo largo de los milenios. Oposiciones clásicas que dieron sentido a la historia, por ejemplo la distinción tajante entre pueblos nómades y sedentarios, o entre cazadores/recolectores y agricultores no se sostienen apenas se profundiza en las investigaciones empíricas. Graeber y Wengrows nos pintan un mundo donde, por ejemplo, un mismo grupo podía tener una vida nómade durante unos cuantos meses y después crear asentamientos enormes, casi protociudades, durante el resto del año.

Por otro lado, las pruebas arqueológicas están desmontando la combinación entre ciudad / Estado / escritura que marcó el relato histórico oficial: según Graeber y Wengrows existieron en la antigüedad grandes conglomerados sin Estado; o sea, ciudades sin aparatos administrativos que gestionaran de manera top-down la complejidad de esos primeros grandes asentamientos urbanos. La vida de nuestra especie, resumen los autores, supo en el pasado desplegar todo tipo de alternativas sociales y políticas en un proceso permanente de experimentación de nuevas formas de organización, algunas muy flexibles y que podían cambiar a lo largo del año.

En primer lugar, es muy raro imaginar que durante los 10.000 años (hay quien diría que, más bien, 20.000) durante los cuales se pintaron las paredes en Altamira, nadie — no solo en Altamira, sino en cualquier lugar del planeta— experimentara con formas alternativas de organización social.

Las pruebas emergen de investigaciones realizadas en todos los continentes y tiempos, desde la Edad de Hielo hasta los primeros imperios en Egipto, China, México o Perú, pasando por las excavaciones de Göbekli Tepe (Turquía), Taljanky (Ucrania) o Poverty Point (Louisiana).

El origen de la agricultura es uno de los temas fuertes del libro. Las investigaciones confirman que no hubo uno sino muchos orígenes de la agricultura:

Esa variedad de orígenes no podía que llevar a una proliferación de diferentes formas de organización y combinaciones sociales:

Ahora sabemos que las sociedades humanas previas al advenimiento de la agricultura no se limitaban a grupos pequeños e igualitarios. Al contrario: el mundo de los cazadores-recolectores, tal y como existía antes de la llegada de la agricultura, era uno entre atrevidos experimentos sociales, una especie de desfile carnavalesco de distintas formas políticas; mucho más interesante que las aburridas abstracciones de la teoría evolutiva. Tampoco la agricultura implicó la implantación de la propiedad privada ni señaló un irreversible paso hacia la desigualdad. De hecho, gran parte de las primeras comunidades agrícolas estaban relativamente libres de rangos y jerarquías. Y lejos de asentar las clases sociales de un modo inamovible, una sorprendente cantidad de las primeras ciudades del mundo se organizaban en torno a líneas igualitarias, sin necesidad de gobernantes totalitarios, ambiciosos guerreros-políticos o administradores mandamases.

En el mundo que se describe en The Dawn of Everything los diferentes pueblos vivían en algo que ellos denominan «ecología de la libertad»: las comunidades entraban y salían de la agricultura, de la misma manera que podían organizarse en grandes conglomerados sin Estado (o viceversa, organizaciones políticas que no estaban radicadas de forma permanente en un territorio determinado).

Para ir terminando con esta brevísima introducción, pasemos nuevamente la palabra a los autores. En este volumen Graeber y Wengrows intentan

comenzar a unir algunas de las piezas, aun con la completa constancia de que nadie posee, todavía, nada remotamente parecido a un conjunto completo. La tarea es inmensa, y los temas, tan importantes que llevará años de investigaciones y debates empezar siquiera a comprender las implicaciones reales de la imagen que estamos comenzando a ver. Pero es crucial poner el proceso en marcha. (…) Para comenzar a interpretar la nueva información que se presenta ante nuestros ojos, no basta con compilar y cribar vastas cantidades de datos. También se requiere un cambio de paradigma.

Cambiar de paradigma, de eso se trata. Dejar atrás los modelos lineales, las grandes secuencias temporales que marcaron los relatos de las ciencias sociales, para comenzar a pensar en términos de complejidad, huyendo de los grands récits de las disciplinas eurocéntricas y abriendo el juego intertextual a otras voces, por ejemplo la «crítica indígena» (el concepto es de Graeber y Wengrows) del estadista nativo americano (hurón-wyandot) Kondiaronk. Finalmente, el libro admite también una lectura en clave antropocénica:

¿No es la capacidad de experimentar con diferentes formas de organización social, en sí misma, parte esencial de lo que nos convierte en humanos, es decir, seres con la capacidad de autocreación, incluso de libertad? (…) Si, como muchos sugieren, el futuro de nuestra especie gira ahora en nuestra capacidad para crear algo diferente (…), entonces lo que definitivamente importa es si podemos redescubrir las libertades que nos convierten, en primer lugar, en seres humanos.

Reconstruir el pasado del Homo sapiens, descubrir sus complejidades y espíritu de experimentación puede ser el primer paso a la hora de repensar el futuro de nuestra especie:

¿Qué tal si, en lugar de contar una historia acerca de cómo nuestra especie cayó en desgracia desde algún idílico estado de igualdad, nos preguntamos cómo acabamos atrapados en grilletes conceptuales tan pesados que no somos capaces siquiera de imaginar la capacidad de reinventarnos?

Babeles

Si Graeber y Wengrows apuntaron al origen múltiple de la agricultura, otras líneas de investigación están haciendo lo mismo con la escritura. La historia oficial de la escritura que se repite desde hace un par de siglos en aulas y libros es bien conocida: las primeras formas de escritura (cuneiforme) nacieron en la Mesopotamia asiática y se fueron expandiendo por la cuenca del Mediterráneo y más allá: primero a Egipto (jeroglíficos), después a las islas griegas (la escritura lineal A descubierta en Creta) y de ahí al resto del mundo. El siguiente vídeo muestra en detalle ese proceso:

Pero como se puede ver en el mismo vídeo, tanto en China como en Centroamérica pasaron cosas sin ningún tipo de relación con los procesos mesopotámicos. También en este caso las investigaciones fueron de a poco desmontando el relato monogenético para presentarnos un panorama mucho más rico y enigmático. La gran invención (2022) de la italiana Silvia Ferrara nos invita a un recorrido por los diferentes orígenes de la escritura, desde el Valle del Tigris y el Éufrates al del Nilo, desde la civilización minoica hasta la maya, y de las formas primigenias de escritura en China hasta la todavía en discusión posible escritura de los habitantes de la Isla de Pascua.

Si bien comparte el espíritu global del libro de Graeber y Wengrows, La gran invención propone una narrativa menos integrada que busca encontrar puntos en común entre las variadas invenciones de la escritura. Sabemos muy bien que los sumerios de hace cinco mil años, en Mesopotamia, dibujaban objetos y números en tablillas de barro.También registraban pequeñas transacciones económicas relativas a los templos. Una especie de «taquigrafía protohistórica«. Sin embargo, Ferrara nos interpela:

Si os pregunto si se trata de escritura, diréis que no. Y coincido con vosotros, pero ahí ya se prepara el escenario para una maravillosa y deslumbrante intuición que hará posible su invención. Y no solo en Mesopotamia en el 3100 a. C., sino también en China, en Egipto, en Centroamérica, en periodos diferentes, pero siempre del mismo modo, siguiendo esa misma brillante iluminación. Cuatro momentos mágicos, separados e independientes, en los que se encendió una chispa y la rueda de la invención empezó a girar. Y en la historia del mundo, tal vez, ha habido otras invenciones como esta.

Según Ferrara cuando hablamos de la invención de la escritura debemos «tener cuidado», porque

inventar la escritura no es un proceso mecánico, una selección precisa y exacta de signos para representar sonidos, para crear un sistema funcional, práctico, perfecto. Tampoco debemos imaginarnos a esa figura etérea y hierática del escribano, solo y concentrado delante de su mesita de trabajo mientras, en un día de lluvia o de bochorno, se dedica a hacer dibujitos para dar forma al proto-cuneiforme, o al chino arcaico, y completarlos en un día.

Según Ferrara la escritura «es el resultado de un proceso, de acciones coordinadas, acumulativas, graduales«. Entendida como «sistema completo, estructurado y organizado», la escritura ha sido una tarea de muchas personas. Todas esas personas se «comunican, intercambian opiniones, discuten y al final se ponen de acuerdo para llegar a un repertorio de signos común, pactado y estándar».

La escritura es por tanto una invención social, cuyos factores clave son la conformación, la coordinación y la retroalimentación (…) Del mismo modo, la escritura no se inventó en un abrir y cerrar de ojos, sino progresivamente, una máquina llena de engranajes que muchas veces ha necesitado el lapso de varias generaciones. Como veremos, la rueda de la escritura ha avanzado por un camino de experimentos, tentativas, reajustes. Es, por tanto, también un proceso gradual, de ejercicios reiterados y transmitidos.

También la escritura, al igual que las formas políticas y sociales descritas por Graeber y Wengrows, pasó por un proceso de búsqueda y exploración donde seguramente se experimentaron variados formatos y se descartaron otros. La sensación, al terminar el libro de Ferrara, es que el Gran Libro de Historia de la Escritura todavía está por escribirse.

Pensar en red en el Antropoceno

Romper los «grilletes conceptuales», «cambiar de paradigma», reconstruir caminos de «experimentos, tentativas, reajustes»… De frente a las narrativas lineales y eurocéntricas se están abriendo paso en las ciencias sociales nuevas construcciones teóricas inspiradas en conceptos como polifonía, multiorigen, complejidad y red. Los desafíos que nos plantea el mundo contemporáneo nos obligan no solo a pensar en el futuro, sino también a comprender mejor de dónde venimos. Si recuperamos ese espíritu experimental y exploratorio de los Homo sapiens del pasado que tan bien describen Graeber y Wengrows, nos costará menos imaginar alternativas y activar estrategias de supervivencia para nuestra especie.

Bonus tracks

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9 Comments

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  1. Muy buen complemento a tu último libro. Gracias por mantenernos al día. Agrego solo una cosilla. Para pensamiento complejo, Morin fue un gran pionero.

  2. Me gusto como hablo que dentro de nuestra cultura solo se nos ha hablado sobre presidentes y reyes en nuestra historia, un sistema constante, y eso ha apartado nuestro enfoque hacia la evolución del homo sapiens como especie y los instrumentos que se usaban y su transformación a los que usamos hoy en día, como la escritura, empezando en una tablilla y cambiando hacia un papiro hasta llegar a su forma digital moderna.

  3. Me parece interesante cómo relaciona toda la historia antigua con la actualidad y me impactó como menciona que pasamos de escribir en tablillas, a pasar al papiro, luego al pergamino y al papel, para terminar ahora en los medios digitales. Otro detalle que me gustó bastante fue que retomas la idea de dejar los modelos lineales para comenzar a entrar a temas más complejos, y de cómo somos capaces de experimentar diferentes formas de organización.

  4. El artículo «La evolución es una red II» ofrece una perspectiva fascinante y desafiante sobre cómo entendemos la evolución. Al cuestionar la idea tradicional de que la evolución es un proceso jerárquico y lineal, el autor propone una comprensión más compleja y conectada de la vida en la Tierra. Al hacerlo, el autor señala cómo la tecnología y la digitalización nos han dado nuevas formas de visualizar y comprender estas redes de relaciones, lo que puede conducir a nuevos avances en nuestra comprensión de la evolución. En última instancia, este artículo es una reflexión importante sobre cómo abordamos la investigación científica y puede tener implicaciones significativas en cómo entendemos la vida en la Tierra.

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