El virus no vino solo.

Autor invitado: Mario Carlón

Esta serie de posts a cargo de autores invitados -escrita con el único objetivo de reflexionar sobre lo que está pasando en el mundo desde la perspectiva de los medios y la comunicación en particular, y desde las ciencias sociales en general- continúa con un texto de Mario Carlón, profesor de la Universidad de Buenos Aires.

Escribir en tiempos del COVID-19 obliga a reflexionar sobre un contexto en el que la naturaleza abandonó el rol que el capitalismo le asignó como agente externo, pasivo, ajeno a nosotros, destinado a la infinita explotación. Y en el que nos recordó que somos, también, parte de ella. Mostrándonos, a escala global, nuestra vulnerabilidad.

Como una pandemia es la circulación global de un virus, nos permite reflexionar sobre sus semejanzas y diferencias con otros fenómenos globales, como la mediatización, la circulación del sentido y las migraciones.

En la última década el artista belga-mejicano Francis Alÿs realizó una serie de exposiciones en las que tematizaba cómo los países centrales promueven la libertad de comercio, es decir, de bienes y servicios, pero restringen la libertad de circular de las personas, por sobre todo de los pobres y carenciados de los países del tercer mundo. Ahora es la circulación de las personas, portadoras del virus, la que ha permitido su globalización. Y aparentemente no son los carenciados los que lo propagaron tan rápido de un extremo al otro del mundo. El virus viajó en avión.

Su origen, hasta ahora, parece ser natural. Aunque sería atractivo pensar que su propagación es un manifiesto contra el calentamiento global, contra la tala de los bosques, contra la depredación, contra la irresponsable superpoblación, contra las acciones criminales de una especie que destruye cada rincón del planeta que pisa, no parece ser así. Parafraseando a Richard Dawkins asistimos sólo a un ejemplo más de cómo la naturaleza, ese relojero ciego, lleva a cabo diariamente su accionar.

Lo cual no quiere decir que no haya nada para interpretar. El virus circula. De persona a persona. Y para nuestra especie es universal. Sin embargo, el discurso científico distingue. Así los infectólogos nos inscriben, según el riesgo, en distintos colectivos: mayores de sesenta, menores de treinta, diabéticos, con cuadros de hipertensión, etcétera. Nos permiten ordenar a la amenaza que representa la indómita naturaleza, que bajo la forma de un agente microscópico vino a salirse de rol. Nos permiten creer, incluso, en las políticas que escuchamos enunciar en tal o cual blog o programa de televisión. Pero… ¿alcanza para tranquilizarnos? ¿Qué pasa con nuestro temor?

El temor es colectivo, por los que conocemos y por los que no, pero también es individual. El virus circula, pasa de uno a otro. Pero como la circulación es, ante todo, una diferencia, no nos afecta a todos por igual. Así, por ejemplo, me digo: “ok, no es para estar desesperado, no soy mayor de sesenta años”. Pero me doy cuenta de que como pasé los cincuenta habito una zona gris, tan ambigua como el purgatorio. Y esa ambigüedad ¿qué quiere decir? Y entonces fantaseo: ¿cuál será mi destino si me pesco el virus? ¿Estaré más cerca de la vida o de la muerte? ¿Tendré sólo una gripe suave, en cuarentena en el hogar, encerrado en una habitación? ¿O iré a parar a un hospital de campaña en Campo de Mayo, escenario que rememora un histórico horror, al cuidado de un médico militar? Y entonces, me pregunto ¿para qué me sirven las estadísticas? ¿Para qué me sirve saber que soy parte de este o de aquel otro colectivo? ¿Podré confiar en un sistema que tiene problemas para organizar un día de cobro en los bancos para el segmento que más debemos cuidar? La amenaza nos desnuda, como individuos y como sociedad.

Con el coronavirus la naturaleza retomó el protagonismo y nos expulsó de los espacios públicos en las ciudades, es decir, de los ambientes que construimos para erradicarla, domesticarla, subordinarla. Las ciudades representan ahora mitologías del fin (no del principio), que es uno de los temas predilectos de escritores como J.G. Ballard. Calles vacías y plazas vacías, bares y confiterías vacíos, transportes y cines vacíos. Espacios fantasmales que miramos desde nuestras ventanas. Que no podemos habitar.

Las prácticas sociales se reconfiguran. También los espacios y los tiempos. Se redefine el hogar. Y con él el adentro y el afuera, el tiempo del trabajo y el del ocio. Y emerge una pregunta clave de la historia de la mediatización: ¿Qué significan hoy el consumo y la producción mediática, que significa el hogar?

La cuarentena parece favorecer uno de los desarrollos principales de las últimas décadas de la mediatización, que es el privilegio de las prácticas hogareñas. Ahora existen pantallas 8K, home theaters y una generosa oferta por streaming, pero el hogar no significa exactamente lo mismo. No es lo mismo llegar al final del día y ponerse a ver una película o un noticiero que hacerlo ahora. El virus nos encerró y el hogar se volvió un espacio de confinamiento no elegido, una forma de prisión.

También cambia la relación entre lo público, lo privado y lo íntimo. En escenarios múltiples y cambiantes de acuerdo a la conformación de cada hogar: los que viven solos, los que viven con sus padres, las parejas, los adolescentes que juegan en red, etcétera.

Y se reconfiguran, otra vez, las relaciones entre el ocio y el trabajo. Distanciamiento social, teletrabajo, home office. El trabajo en el hogar ya había avanzado gracias a la superconectividad. Pero ahora para muchos será distinto, porque no será una opción privilegiada sino una obligación y, por supuesto, ya no tendrá vuelta atrás.

Vivimos más que antes encerrados en un espacio y en un tiempo continuo que resetea nuestra mente y nuestra forma de habitar. Según Jonathan Crary el capitalismo ha avanzado sobre todos los aspectos de la vida humana menos el sueño. Ahora, que estamos presos y vivimos un nuevo salto de escala en la mediatización 24/7 el sueño se ve aún más amenazado. ¿Podremos descansar?

A partir del Renacimiento el hombre se erigió en su propio Dios. Supo construir un sistema político como el democrático y declaró los principios de igualdad, libertad y fraternidad. Pero no supo reconocer que era parte, también, de la naturaleza. Y que su responsabilidad era mayor. No supo entender diseñar políticas no antropocéntricas. No supo pensar más allá de sí.

Ahora, por un momento, hay un impasse. El sentido circula frenéticamente de arriba a abajo, de abajo a arriba y en dirección horizontal. La televisión converge como nunca antes con el streaming. Y WhatsApp acrecienta su influencia global.

Los animales también circulan. Porque el virus no vino sólo. Zorros en las calles de Londres. Delfines en Venecia. Pavos reales en Madrid. Ciervos en Japón. Cabras en Albacete. Roedores por doquier.

¿Nosotros? Cada uno en nuestro hogar. ¿Nos bajaremos del auto y nos subiremos a la bicicleta? ¿Aprenderemos a pensar mirar el mundo desde otro lugar? ¿Aprovecharemos esta oportunidad?

2 Comments

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  1. excelente reflexión, gracias!

  2. paulo celso Silva abril 20, 2020 — 5:19 pm

    me dio un escalofrió cuando he leído : O iré a parar a un hospital de campaña en Campo de Mayo, escenario que rememora un histórico horror, al cuidado de un médico militar?
    muy buena reflexión ! enhorabuena!!

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