La (des)ilusión del control.

Autora invitada: Gabriela Pedranti

Más #FoodForThought y #BrainStorming en Hipermediaciones. Hoy es el turno de Gabriela Pedranti, comunicadora y docente en IED Barcelona y UPF. Además de co-fundadora de SemioticaStudio, agencia-red de análisis cultural y semiótica aplicada, Gabriela es a mi entender la colega que mejor ha logrado conjugar las teorías semióticas con la práctica profesional en el mundo de la comunicación.

¿Y esto qué es? (en serio)

Una de las primeras reflexiones que me surgieron frente a esta situación tan rara que nos toca en estos días (y más allá de las metáforas de que estamos viviendo la distopía, una versión incluso más delirante que aquellas que leímos o vimos, desde El Eternauta hasta El cuento de la Criada o Years and Years), es que después de esto, vamos a (o deberíamos) entender lo que entendemos por «control» de una manera diferente. Me explico: muchos tuvimos, sobre todo al principio de esta crisis social, de salud, o como se quiera llamar, la sensación de que nos limitaban las libertades individuales, de que de nuevo el poder (en todas sus difusas formas) imponía un control tremendo en nuestras vidas, a costa de un virus que no tenía la mortalidad que tuvieron otras pestes, que ni remotamente se acercaba a lo que producen las guerras, que era una “gripecita”, y sin embargo, nos obligaban a hacer ciertas cosas, mediante un control férreo y unidireccional.

Con el paso de los días, nos dimos cuenta de que no era una tontería, que el verdadero riesgo está en el colapso de los sistemas de salud y etcéteras; entendimos que más que reducción de las libertades, se trataba de una necesidad para no desbordar el mundo en que nos hemos acostumbrado a vivir, al menos desde hace un largo tiempo. Es el mundo organizado operativamente desde principios del siglo XX, con ideas iluministas heredadas de los dos siglos anteriores, que nos convencieron de que el progreso es el único camino. Y es en este sentido en el que me refiero a la ilusión de control: dentro de esta narrativa (con versiones y quiebres, claro, pero que sigue proponiendo que el consumo, el crecimiento y la actividad llevan a un supuestamente inagotable progreso), creemos (nosotros, las personas corrientes, los que nos separamos un metro para ir al supermercado a comprar comida y productos de limpieza) que tenemos todo controlado.

Los seres humanos necesitamos un marco para pensar, para creer, y un límite para dejar de preguntar (nos). Como decía Roland Barthes, nos rodeamos de mitos, es decir de historias que producen un efecto de verdad y que en realidad no hacen más que reproducir los axiomas de una ideología dominante. Pero no nos damos cuenta, justamente por pensar y creer que tenemos todo bajo control. El propio mito que nos atrapa es garantía de nuestra tranquilidad, y de ahí el verdadero desafío (algo perverso) de esta crisis: lo más difícil es pretender que todo es “normal” (palabra interesante, con “norma” dentro de ella), cuando no lo es (pero no nos permitimos admitirlo). Y lo que es peor: nadie tiene idea de qué pasará después de esto, por más que planifiquen y piensen en un apoyo mutuo internacional/global (que por ejemplo, en Europa, parece estar mostrando más las diferencias que las cosas en común de los miembros de la Unión…)

Incluso las recientes narrativas alrededor de la sostenibilidad y la economía circular (tan en boga antes de esta súbita crisis en donde nos planteamos menos si el papel higiénico que compramos viene envuelto en plástico de un solo uso, lo que prima es conseguirlo), también hay una sensación de que debemos entender y controlar el proceso de “evolución” (otra palabra con ecos iluministas) hacia «otro tipo de economía» (que, a su vez, también nos dará ciertas garantías controladitas).

Y es que la incertidumbre nos incomoda, al menos en Occidente. A la mayoría de la gente no le gusta vivir sin saber que tiene un horario, un sueldo a fin de mes, una serie de opciones en Netflix esperándola cuando tenga un rato para el ocio… Incluso en realidades más complicadas, como las latinoamericanas, intentamos buscar cierto control dentro del caos; hay varios planes frente a posibles escenarios, para seguir adelante de la mejor manera posible… Es más: en estos días tan extraños, aplaudir a una hora determinada, saber que podremos saludar al vecino de ventana a ventana, también nos permite un cierto control sobre una situación, que – seamos sinceros una vez más – nadie tiene idea de adónde nos llevará.

¿Cuál es la crisis?

¿Y si el coronavirus nos estuviera planteando una crisis de cómo vemos el mundo, o cómo lo hemos organizado bajo esa idea de tener todo controlado? En el ámbito educativo, en el que trabajo desde hace años, hoy hay solo caos. Desde hace días se ven las costuras, la clara manifestación de que la educación on line (sobre todo la de golpe y porrazo, en todos los niveles) no es una mera transformación técnica, y que la ansiada reforma educativa no va solo por ahí. Cada uno está haciendo lo que puede, compartiendo ideas, herramientas y – sobre todo- fracasos, mientras los alumnos de todos los niveles se ahogan en un montón de tareas y deberes que no saben cómo organizar.

Quizá, si no estuviéramos tan aferrados a nuestra ilusión de control, lo más honesto hubiera sido suspender las clases hasta ver qué se nos ocurre -después de los tiempos delirantes que imponga la emergencia, quién sabe hasta cuándo-, para seguir adelante con una educación significativa. Pero no: debemos controlarlo, debemos estar a la altura, aunque no tengamos ni idea. A las noticias me remito: discursos y narrativas (al mismo tiempo firmes, negadoras, erróneas y cambiantes) de Boris Johnson, de Donald Trump, de Jair Bolsonaro (que por si no lo sabían, se llama Messias de segundo nombre…).

Y después…

Quizá el post-apocalipsisis nos dé tiempo para reflexionar sobre cómo construir una sociedad más flexible, que aprenda a convivir con los cambios sin pensar que se pueden vencer para siempre, que volveremos a una situación absolutamente controlada, sin fisuras ni fugas. Porque si nos olvidamos y volvemos a creer en la ilusión (¿de control? ¿de progreso? ¿de consumo como único actor del progreso ilimitado?), un nuevo virus (a los que no les importa nada, y necesitan de un organismo huésped para reproducirse) podría llegar para recordarnos (¡otra vez!) que en realidad, hacemos lo que podemos en una bola de fuego suspendida en el espacio.

6 Comments

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  1. Zulema Fernandez abril 1, 2020 — 7:00 pm

    Preciso y riguroso análisis de la situación actual y señaló especialmente la referencia a la educacion «con line». Pone de manifiesto la incertidumbre que existe pero que en este momento queda blanco sobre negro.
    EXCELENTE!!

  2. Excelente análisis. Comparto todo lo expuesto. Felicitaciones a ambos.
    Tengo varios libros de Gabriela para dar clase en secundario, soy Comunicadora.

  3. Pues yo veo qué hubo de dos opciones: o nos sentábamos a esperar que a alguien se le ocurriera que debíamos hacer respecto a la continuidad de las clases (escolares), o (como decimos en México), “sobre las rodillas” ir desarrollando un nuevo modelo educativo. Aquí tuvimos hace unos pocos años la epidemia de influenza que nos dejó “pasmados”, como a muchos les pasó ahora con este coronavirus. Por mi parte esta vez decidí ser de los segundos, y aunque no soy novato en esto de las clases a distancia, decidí que no tenía excusa para no iniciarlas y, claro, ir mejorándolas en su práctica.

    • Yo igual. Jamás me quedo de brazos cruzados. Pero, a pesar de seguir adelante con ganas y recursos varios, estoy en contacto con la comunidad docente de distintos niveles (de inicial a universitario) en España, y todos coincidimos en que la situación es un caos lleno de buenas intenciones. Lo que intento decir en el post es que a veces, la reflexión debería ser un poco más profunda, y en algunos ámbitos, tomarse un tiempo para relanzar la actividad de una manera mejor, y eso no implica fracasar; es solo hacer una pausa, que a veces es necesaria. Pero no solemos permitírnoslo. ¡Gracias por haberlo leído y dejar tu opinión!

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