Autora invitada: Lucrecia Escudero Chauvel
He invitado a varios colegas a producir textos breves, escritos en caliente, mientras tratamos de procesar en tiempo real esta crisis global. Soy consciente de que en estos días proliferan las contribuciones y debates sobre cómo será el mundo «post» que nos tocará vivir de aquí a unas… ¿semanas? ¿meses? Solo sabemos que será muy distinto al mundo que imaginamos la noche del 31 de diciembre de 2019. Y hablando del tiempo, cedo la palabra a nuestra invitada de hoy, Lucrecia Escudero Chauvel, profesora de Teoría y Modelos de la Comunicaciín del Departamento INFOCOM – IUT – Universidad de Lille (Francia) y directora de la revista deSignis.
Si la generación del Baby Boom tuvo su momento mediático de consagración con el alunizaje de 1969 y su audiencia planetaria, y la Generación Y vivió en el 11S el tiempo único de la creación del evento en directo, las nuevas generaciones que solo conocen un mundo sin guerras tienen derecho a su pandemia mediatizada: virus, mensajes, memes y vídeos circulando frenéticamente en un mundo virtual, sin contacto. Paradoja extraordinaria: cuando se teorizaba lo virtual como paradigma casi excluyente de la generación que nació ya con la web, estamos condenados a esta comunicación gracias al COVID-19. ¡Qué no dirían Shannon o Jakobson de este triunfo del canal!
Durante la gran epidemia de SIDA que explotó en el momento bisagra del paso a la sociedad global -que es como decir, de un mundo a otro- del final de los años ochenta, con su industria de las comunicaciones y la moda, la aviación y el turismo y tantas otras que se integraban verticalmente en sus modos de producción, organizando la convergencia tecno-económica que conocemos como globalización, integré un equipo de investigación sobre las representaciones de la enfermedad en los medios franceses. Hay diferencias y similitudes con esta pandemia.
La primera es sin duda la forma de transmisión y contagio, circunscripto a prácticas especificas -el sexo y el intercambio de jeringas – en el SIDA y difuso en el COVID-19. Esta diferencia es crucial porque una cosa es saber cómo protegerse – sexo seguro con preservativo en las llamadas prácticas a riesgo, uso único e individual de agujas – y otra no saber cómo se contagia el virus.
Este rasgo es importante desde el punto de vista de la mediatización de la enfermedad. Recordemos la celebre campana SI-Da/ NO-Da del gobierno español, con su música pegadiza y sus muñequitos que decían Sí y No que se volvió paradigmática para el mundo en lengua española, o la fotografía de la Princesa de Gales tomando la mano de un enfermo terminal de SIDA, ¡sin guantes! Andrea Semprini analizó exhaustivamente la construcción de la marca Benetton en las campanas de Olivero Toscani, introduciendo la agenda del mundo exterior al mundo posible de la marca, irreductible al principio de realidad. Pero cuando Toscani utilizó la imagen patética de la muerte en directo y las paredes de los subterráneos y de los espacios públicos aparecieron empapelados con carteles gigantescos de un enfermo moribundo rodeado de su familia -aunque hubiera obtenido de esta la autorización de reproducción-, la sociedad rompió el contrato de aceptación de la saga Benetton y comenzó la declinación de la marca.
El COVID-19, en cambio, es difuso, no se sabe bien cómo se contagia: ¿por qué no podemos tocar a nuestros ancianos y niños? ¿Se puede hacer el amor con su pareja cuando no sabemos si es positiva/vo y cómo se trasmite? ¿Qué hacemos con la ropa cuando volvemos a casa del mercado? ¿Los alimentos pueden contagiarnos? ¿Por qué en Lombardía? Podría tratarse de un déficit importante de las campañas de comunicación institucional, pero me resulta claro que aquí la forma de transmisión no está circunscripta a un grupo de riesgo específico, como fue el caso del SIDA – y de allí la posibilidad de aislarlo, rechazarlo, o discriminar al portador – sino que se difunde como una mancha de aceite en todos los estratos sociales. Un virus democrático.
Cuando se venció el tabú de la declaración de ser portador del VIH-1 -lo que era implícitamente salir del closet y reconocer su homosexualidad – y aparecieron los primeros enfermos famosos, como Rock Hudson y Rudolf Nureyev, seguidos de intelectuales como Michel Foucault o escritores como Manuel Puig, la comunidad homosexual se abroqueló en su dignidad y contraatacó con un tam-tam que atravesó el planeta creando organizaciones de lucha, defensa e investigación. El SIDA se volvió una causa política, marcando los hitos de la lucha por los derechos igualitarios que culminan con el cambio de legislaciones, homologando los matrimonios y la paternidad. Una transformación social y de costumbres siguió la aparición del virus y sus muertos no fueron en vano.
Nada de eso sucede con el COVID-19, hijo de las sociedades del hiperconsumo y la hipermodernidad. Y de hecho no hay una respuesta política sino individual, basada en la poderosa defensa que suministra el humor. Porque yo recibo cada mañana (y espero) la serie de memes, mini vídeos y testimonios graciosos que me envían mis amigos, con los que me río mientras tomo el desayuno, aislada en mi cocina mirando a mi vecino de enfrente que esta haciendo exactamente lo mismo, como una forma de vacuna que me permite afrontar el día. El humor es la vacuna individual de circulación colectiva que nos queda, hasta ahora, frente a la impotencia de los poderes públicos. Nadie se reía ni osaba reírse del SIDA, pero todos nos reímos con el COVID-19. ¿Por qué? Hay que llenar este tiempo suspendido en un mundo que nos había acostumbrado al valor de la circulación y rapidez del intercambio, y que se encuentra de golpe, de un día para otro, en suspenso. Y el humor contribuye a construir pequeños mundos posibles, fácilmente circulables, fragmentos de circunstancias de vida.
Cuando el presidente francés Emanuel Macron declaró el confinamiento de un día para otro porque se estaba “en guerra”, la sociedad francesa tardó un tiempo en ajustarse, pero al final no salió de su casa. En la Segunda Guerra Mundial, cuando caían las bombas, tenías el búnker o el subterráneo de Londres: aquí estamos a cielo descubierto. Es la primera vez que cuatro generaciones comparten el tiempo y el espacio de esta pandemia y nos traen con sus recuerdos imágenes de otros confinamientos, de otras claustrofobias. Un virus que, como con las bobinas de las películas de celuloide o el comando a distancia, puede acelerar o retardar las imágenes, un mix de experiencias colectivas pasadas y compartidas, un imaginario también heroico.
Pero fiel a la época de desconfianza hacia los políticos y nuestros representantes, este virus, en su difusión democrática y difusa, tiene un héroe al que se aplaude todas las noches en todos los balcones de Europa: el personal sanitario. Paradoja macabra, porque si algo ha hecho el neoliberalismo planetario de estos treinta anos es desarmar pacientemente pero sin pausa, implacablemente, el sistema de salud publica construido luego de la Segunda Guerra Mundial. La muerte explota en la cara del cinismo alucinante de las clases dirigentes -se sabe ahora en Francia exactamente cuándo dejaron de comprar máscaras y es… ¡durante el período socialista!-, las bolsas caen, se cierran negocios, mercados, construcciones, se prevé la caída de la producción del planeta, lentamente se van apagando las luces y nuevos pobres se sumarán a los pobres dejados tirados a la vera del camino del neoliberalismo en su marcha desenfrenada hacia la desigualdad planetaria. Estamos “en suspenso” no porque la temporalidad está suspendida, sino porque el espacio se cierra, y quedo sola frente a mi nada -no puedo salir a consumir-. Por suerte me quedan los medios para circular. Todos.
Enviado desde mi smartphone Samsung Galaxy.
Qué maravilla contar con este espacio. Gracias
» El humor es la vacuna individual de circulación colectiva que nos queda, hasta ahora, frente a la impotencia de los poderes públicos. » Excelente !! y También el aree a través de su múltiples ramas, ya sea de distribución digital o bien desde los balcones. Gracias !!