Ficciones cartográficas.

El lunes 6 de marzo tuve el enorme placer y honor de presentar Cartografías imaginarias de Roger Chartier en la Llibreria Finestres junto a Isabel Soler. Cuando leí los primeros textos de este indispensable historiador francés hace más de 30 años en Italia nunca imaginé que terminaría publicando un libro junto a él en forma de diálogo en 2019 (Cultura escrita y textos en red, Gedisa) ni que me invitarían para presentar uno de sus volúmenes. !Y qué volumen!

En Cartografías imaginarias Chartier nos traslada a un momento de la historia que conoce a la perfección, esos siglos que van desde la invención de la imprenta por Johannes Gutenberg hasta los tiempos de la Revolución Francesa. A lo largo de decenas de libros y artículos Chartier ha analizado las tramas textuales -que son también económicas y culturales- que convirtieron al libro impreso en un objeto central de nuestra civilización. Cartografías imaginarias se ubica en ese escenario histórico con su propio programa de viaje: un recorrido por los mapas de la ficción entre los siglos XVI y XVIII. La edición de Ampersand, como ya es habitual, es impecable e incluye reproducciones a color de todos los mapas citados por Chartier.

El Quijote

Un ejemplo nos servirá para comprender el viaje que nos propone Chartier. Cartografías imaginarias se abre con los mapas creados a partir de El Quijote. Si bien la primera edición fue publicada en 1605, no fue hasta 1780 que la obra de Miguel de Cervantes incluyó un mapa para orientar a los lectores. El mapa de Tomás López, como cualquier otro mapa ficcional, servía para dar verosimilitud al relato y contribuir a la «suspensión de la incredulidad».

 

Hasta ese momento,

la geografía cervantina había sido textual y solo se hacía visible en los paisajes imaginados por las ilustraciones. En la edición de Ibarra, los treinta y dos grabados aspiraban a ser fieles al texto del libro. Los pintores y dibujantes encargados de realizarlos recibieron descripciones extensas y detalladas de las escenas que debían representar.

El mapa de López, explica Chartier, cerraba en cierta forma la operación de Cervantes:

Trazar en el mapa de una España auténtica las peregrinaciones del héroe de ficción no podía sino fortalecer la ilusión de realidad.

En 1798 otro mapa, el de Manuel Antonio Rodríguez, presenta una versión «aumentada» de los viajes de Don Quijote:

 

La presencia de mapas, además de intensificar «los efectos de realidad del texto», permite señalar los «yerros de geografía» de Cervantes, quien a menudo «asigna poco tiempo a las distancias recorridas por su héroe». La geografía de Cervantes, explica Chartier, «no tiene nada de cartográfica». Sin embargo, los mapas que se fueron agregando a las sucesivas ediciones de El Quijote no tenían como objeto poner en cuestión la fidelidad geográfica de su autor. Por el contrario,

los itinerarios trazados en los mapas de España invitan a los lectores a convertirse en compañeros de viaje de don Quijote y Sancho. Al situar sus proezas y sus sinsabores en lugares bien reales, identificados con precisión, los mapas de 1780 y 1798 tienen varios papeles. Proponen un índice de las aventuras del caballero andante; remiten a los lectores a su propio saber u experiencia, y hacen ver la apertura de los horizontes de la historia. 

Los mapas de El Quijote son solo el aperitivo de Cartografías imaginarias. En las páginas que siguen el lector se encontrará con los mapas de los viajes de Gulliver, los de Robinson Crusoe y la Utopía de Tomas Moro; después, el libro volverá a cruzar el Canal de la Mancha y nos mostrará el mapa de Tierno incluido en la primera edición de Clélie, histoire romaine de Mademoiselle de Scudéry y los caminos del alma de Juan de la Cruz, también publicados en París a mediados del siglo XVII. La genealogía de Chartier culmina con el mapa del viaje de Petrarca al encuentro de Laura publicado en Venecia en 1525.

 

A su manera, la genealogía cartográfica que nos propone Chartier es un mapa en sí mismo, un pequeño atlas que pasa de La Mancha al Reino Unido, de ahí a Francia para terminar en una edición veneciana, con «salidas» a las islas remotas que alimentaron las ficciones de Jonathan Swift o Daniel Defoe.

 

Mapas globales, planos locales

Podríamos decir que la primera globalización -de la mano de la Compañía de las Indias– hizo que la pintura flamenca se llenara de mapas y globos terráqueos. Ver por ejemplo el detalle de Cognoscenti in a Room hung with Pictures -de autor desconocido (1620)- o el fondo de Mujer leyendo una carta de Johannes Vermeer (1662-63): fueron estos los mapas que comenzaron a aparecer también en las obras de ficción para fortalecer la suspensión de la incredulidad. A menudo la ficción cartográfica se suporponía a la geografía real; como bien explica Chartier, los mapas de los viajes de Gulliver combinaban territorios realmente existentes con islas imaginarias.

 

Si los libros de viajes y la fantasía heroica nos han regalado los mejores mapas de la ficción impresa, no debemos olvidar que otros géneros también han apostado fuerte por la representación gráfica del espacio. Así como hemos podido seguir los viajes heroicos de Don Quijote, Robinson Crusoe o Frodo Bolsón gracias a los mapas que acompañaban los textos impresos, en la literatura policial el plano es la representación gráfica por excelencia. Podríamos decir que el «mapa» de los libros de viajes fantásticos hijos de la primera globalización se opone al «plano» de la literatura policial, un género urbano nacido en el siglo XIX entre las nieblas de las ciudades recién industrializadas. Estamos frente a dos modos de representación del espacio de la ficción, uno macro de aspiraciones globales que debe ser explorado y otro micro impregnado de muerte que debe ser decodificado. Autores como Gaston Leroux (The Mystery of the Yellow Room) o Agatha Christie recurrieron a los planos en muchos de sus relatos, por no olvidar al Umberto Eco de El nombre de la rosa.

Un mapa que es muchos mapas

Mientras disfrutaba leyendo a Roger Chartier no me costó mucho imaginar otros libros, por ejemplo un volumen dedicado a los mapas de ficción en el cine, el cómic o los videojuegos. En el primer caso, ya existe un campo de investigación llamado Cinematic Cartography que se ocupa precisamente de los mapas en la gran pantalla. Respecto al cómic, como sucede en el cine resultaría imposible mapear todos los mapas aparecidos en las páginas de las novelas gráficas o comic books superheroicos. Si tuviera que elegir uno, me quedo con el mapa de Gotham City publicado en el primer capítulo de la saga Batman No Man’s Land. En esa serie la megalópolis se divide en territorios en disputa después de un terremoto que obliga a evacuar a la mayoría de la población. El mapa de la ciudad es fundamental para reconstruir los conflictos narrativos de esta saga.

 

Por el lado videolúdico, la mayoría de los juegos incluyen mapas de todo tipo para orientar a los jugadores y planificar los próximos movimientos, desde el clásico Doom hasta GTA-V o The Last of Us. Este último ha creado incluso una Official Map App que ofrece diferentes tipos de cartografías.

 

Otro tema que se proyecta de la lectura de Cartografías imaginarias es el uso de los mapas por parte de los autores. Como ya se dijo, las salidas de Don Quijote no terminan de coincidir con los mapas reales de la península ibérica. ¿Tenían Cervantes, Swift o Defoe un mapa a su lado a la hora de escribir? ¿O simplemente recurrían a su memoria geográfica cuando ponían en movimiento a sus personajes? Mientras escribo esto se me aparece el fantasma de Roberto Bolaño llevando de aquí para allá los personajes de Los detectives salvajes con un ejemplar del Atlas de Sonora de Julio César Montané abierto a su lado… Tarea pendiente: elaborar una taxonomía de los modos de producción cartográfica en la narrativa de ficción.

 

Con esta referencia a esa frontera donde, como escribe Paty Godoy en el documental transmedia Los desiertos de Sonora, «el Sur se hace Norte, el último rincón donde América Latina se topa con una valla que separa (o une) dos universos, dos Américas», emprendemos la salida de esta reseña. Una de las mejores cosas que se le puede pedir a un libro es que nos lleve a otros libros. El viaje que presenta Roger Chartier en Cartografías imaginarias nos invita a explorar otros mapas y recorridos. Los territorios de la ficción son infinitos y, si el autor no nos orienta a través de un mapa, serán los inquietos lectores -que también son cartógrafos- los que no tardarán en ponerse manos a la obra.

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  1. En el mundo del anime tenemos Proto Anime Cut Archive: visiones y espacios en la animación japonesa y Anime Architecture: Imagined Worlds and Endless Megacities, ambos de Stefan Riekeles.

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