La información. El libro.

Una de las lecturas más interesantes de este verano ha sido The Information: A History, a Theory, a Flood, la descomunal obra de James Gleick, un autor que ya nos tenía acostumbrados a libros de largo aliento como su biografía de Newton o su clásico sobre la ciencia del caos. ¿Por qué descomunal? Porque a lo largo de más de 500 páginas Gleick nos cuenta la historia de la materia prima de la sociedad post-industrial: la información.

Como todos saben, fue Claude Shannon el que le dio forma a la teoría de la información en un texto del 1948. Pero Shannon era el producto emergente de una red científica que incluía al padre del hipertexto (Vannevar Bush) y decenas de matemáticos y físicos de la talla de Alan Turing y Norbert Wiener. Lo que nació como una teoría dentro de un campo muy específico -la transmisión de señales- se convirtió en la base epistemológica desde la cual se han rediseñado campos enteros. Según Gleick «hasta la biología se ha convertido en una ciencia de la información, una cuestión de mensajes, instrucciones y código» (8).

information

Pero la historia de la información que nos propone Gleick comienza un poco antes, en África, cuando las primeras comunidades humanas comenzaron a utilizar tambores para comunicarse a distancia. Las primeras experiencias de redundancia (repetición de información para reducir el ruido) nacieron precisamente ahí, en las comunicaciones inter-tribales africanas.

Aquí y allá Gleick coquetea con la ecología de los medios, sobre todo cuando recupera a Walter Ong y Marshall McLuhan al abordar la transición de la oralidad a la escritura. Esta tecnología permitió archivar la información y conservarla para las futuras generaciones. El alfabeto optimizó aún más esta formidable herramienta de comunicación: «el alfabeto se difundió por contagio. Esta nueva tecnología era al mismo tiempo el virus y el vector de transmisión. No podía ser monopolizada, ni tampoco suprimida» (34). La matemática y los primeros algoritmos (entendidos como instrucciones) fueron la consecuencia de la consolidación de la escritura en tanto modelo cognitivo.

Otro momento fundamental de esta historia está dado por la obra de Charles Babbage en el siglo XIX, un intelectual brillante pero fuera de lugar: su trabajo parece más en sintonía con las teorías informacionales del siglo XX que con los planteos de una Revolución Industrial fundada en el vapor. Su búsqueda lo llevó a diseñar un «Difference Engine«, una máquina matemática demasiado avanzada para su época que nunca pudo ser construida.

La expansión del tren y del telégrafo no hicieron más que potenciar una visión de la sociedad interconectada, donde la información circulaba por vías metálicas y cables eléctricos. Ya a mediados del siglo XIX se veía a esta red como «el sistema nervioso de Gran Bretaña» (126). El binomio tren de vapor-telégrafo motivó un sentimiento de cambio y de conquista tecnológica del futuro similar al que generó la web en los años 1990. En esta parte del libro Gleick nos deleita con la historia de los telégrafos ópticos en la Francia de Napoleón, casi medio siglo antes de Morse y su sistema electromecánico de comunicación.

El autor no deja de recordarnos que el telégrafo fue una forma comunicación basada en el sistema binario (puntos/rayas), y nos regala jugosas declaraciones, como aquella que anunciaba la «muerte de la prensa» por la llegada de esta nueva forma de comunicación. Nada nuevo bajo el sol. El telégrafo fue una tecnología que introdujo grandes cambios en ámbito militar y económico; muchas profesiones -como el periodismo- y sistemas – la navegación marítima- se vieron profundamente afectadas por el telégrafo. En el caso de la prensa, «la relación entre el telégrafo y la prensa era simbiótica» (146). Algunas prácticas informativas hoy totalmente naturalizadas -como el «pronóstico del tiempo»- fueron posibles gracias al telégrafo. El telégrafo «aniquilaba el tiempo y el espacio» (148),  generaba un lenguaje sintético -que hoy renace en forma de SMS y tweets- y ponía en discusión los límites de la privacidad.

Llegamos al siglo XX. El telégrafo, la telefonía y la radio modificaron la forma de comprender el mundo. Una nueva generación de científicos -Bush, Shannon, Turing, Von Neumann y muchos otros- comenzaron a llevar hasta sus últimas consecuencias la nueva lógica de la información. Conceptos como pattern, redundancia, ruido, emisor, receptor, código, señal, entropía, etc. le sirvieron a Shannon para dar forma a un teoría que permitiera medir y comprender «eso», la información. Su artículo «A Mathematical Theory of Communication» (PDF) marcaría un antes y un después en la ciencia del siglo XX. Había nacido el «informational turn» (233).

Wiener introduciría el concepto de feedback y sistema, llevando los modelos teóricos un paso más allá. Era la hora de la cibernética. Conceptos como «entropía» estaban al centro del debate: lo que para Shannon era incerteza, para Wiener era desorden. Y el horizonte se perfilaban otras keyword que darían que hablar: complejidad, caos, disipación, termodinámica. Como dije al principio, la teoría de Shannon se expandió por todos los ámbitos científicos. En la biología sirvió para comprender los fundamentos genéticos de la evolución. El gen pasaba a ser considerado como la mínima unidad de información, y las mutaciones pasaban a ser «ruido» en la transmisión de datos biológicos.

El paso del gen al meme es muy corto. Gleick da el salto y nos sumerge en los misterios de los contagios culturales, los virus-idea que se difunden a lo largo y a lo ancho de nuestras sociedades en red. Vivimos en la era de la viralidad: inclusive los científicos que investigan la web «emplean el lenguaje y los principios matemáticos de la epidemiología» (316). A diferencia de sus primos orgánicos -los genes-, los memes son difíciles de matematizar: son abstractos, intangibles, inmedibles.

Las nuevas fronteras de la información nos llevan al territorio de lo random, la física cuántica y la explosión de la web. Gleick recupera al Borges enciclopedista y nos recuerda que en julio del 2008 la Wikipedia contenía más páginas que todas las enciclopedias de papel juntas. Si esto no es información, ¿la información dónde está? Problemas como el filtraje, la búsqueda y la jerarquización de la información están a la orden del día. Y ahí entra en escena Google, la interfaz global que intermedia entre los sujetos y la gran nube informativa.

El libro se acerca de esta manera a su final después de un impresionante tour de force que abarca toda la historia de la humanidad. Sin embargo, ahí mismo, en la última curva, el libro derrapa y me deja un par de interrogantes que quiero compartir con los lectores de este blog: ¿es posible escribir un libro de más de 500 páginas sobre «the information» y no dedicarle un par de ellas al «page-rank» de Google? ¿Podemos trazar un mapa de esta envergadura sin analizar de manera más o menos profunda los trabajos de Albert Lázló-Barabási sobre las redes complejas y los fenómenos emergentes? En «The Information» se habla un poco de Google pero al page-rank ni se lo menciona, y a Barabasi apenas se lo cita de pasada. Dos piezas que faltan, de manera incomprensible, en un mosaico impresionante que recomiendo a todos los interesados en la materia prima de nuestra era digital: la información.

Bonus Tracks:

– Reseña por Kevin Kelly
– Reseña por Cory Doctorow
– Reseña del NYT (1)
– Reseña del NYT (2)
– Reseña de The Guardian
– Reseña de Tim Wu
– Reseña de Nicholas Carr

Anuncio publicitario

7 Comments

Add yours →

  1. este texto me ayudo muchisimo con mi tarea de español pero tube q escribir todo conq la profe me viera por estar castigada

  2. mejor callate hoiste camilaa boba

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: